lunes, 28 de enero de 2019

Yugo y estrella, una lectura a 166 años del nacimiento del apóstol

(Alexis Rosendo Fdez.)


Querido José Julián, amigo y maestro: A más de cien años de tu partida “la historia se repite...”  En mi infancia cuando sacábamos malas notas en los exámenes, mi maestra de letras repetía esa frase: “la historia se repite...” Así es, lamento decirte que en nuestra patria, no se ha avanzado tanto como tú y ese puñado de cubanos valiente hubieran querido...

  Hemos seguido por caminos diferentes a los de la Libertad, nos hemos engolfado en ideas hermosas –solo en apariencia, creo que el mundo que acepta las ideas de “igualdad” bajo la férula de cualquier monarca, le pasa como al buey, que describes en tu poema; manso y sumiso, debe aceptar –individualmente o en masa, el día menos pensado, ir directo al matadero de su amo...

  Así hoy es ofrecido nuestro pueblo desperdigado por todo el mundo. Qué pena, qué vergüenza... Sabiendo –en lo muy íntimo, que nada pasará, hasta el buen día en que muchos de nosotros definitivamente, nos ciñamos la estrella que ilumina y mata.




José Martí (La Habana, 1853 - Dos Ríos, Cuba, 1895) 
Político y escritor cubano, destacado precursor 
del Modernismo literario hispanoamericano y uno 
de los principales líderes de la independencia de su país.







Yugo y estrella

Cuando nací, sin sol, mi madre dijo: 
Flor de mi seno, Homagno generoso 
De mí y del mundo copia suma, 
Pez que en ave y corcel y hombre se torna, 
Mira estas dos, que con dolor te brindo, 
Insignias de la vida: ve y escoge. 
Éste, es un yugo: quien lo acepta, goza: 
Hace de manso buey, y como presta 
Servicio a los señores, duerme en paja 
Caliente, y tiene rica y ancha avena. 
Ésta, oh misterio que de mí naciste 
Cual la cumbre nació de la montaña 
Ésta, que alumbra y mata, es una estrella: 
Como que riega luz, los pecadores 
Huyen de quien la lleva, y en la vida, 
Cual un monstruo de crímenes cargado, 
Todo el que lleva luz se queda solo. 
Pero el hombre que al buey sin pena imita, 
Buey vuelve a ser, y en apagado bruto 
La escala universal de nuevo empieza. 
El que la estrella sin temor se ciñe, 
¡Como que crea, crece! 
Cuando al mundo 
De su copa el licor vació ya el vivo: 
Cuando, para manjar de la sangrienta 
Fiesta humana, sacó contento y grave 
Su propio corazón: cuando a los vientos 
De Norte y Sur vertió su voz sagrada, 
La estrella como un manto, en luz lo envuelve, 
Se enciende, como a fiesta, el aire claro, 
Y el vivo que a vivir no tuvo miedo, 
¡Se oye que un paso más sube en la sombra! 

Dame el yugo, oh mi madre, de manera 
Que puesto en él de pie, luzca en mi frente 
Mejor la estrella que ilumina y mata.




sábado, 26 de enero de 2019

La vida de un poema. Alexis Rosendo

La vida de un poema

(Por Alexis Rosendo Fdez.)


  Este es un poema un poco extenso, pero muy querido por mí. Hace unos días atrás comentaba sobre la “novela” de un querido amigo –yo no escrito ninguna obra tan extensa, mis relatos más extensos no pasan de las 6 o 7 cuartillas. Pero como escritor, me entretiene sobremanera “batallar” con poemas extensos. Esos, que como este comienzan a complicarse y llevan mas y mas revisiones y hasta varios años en una especie de juego entre entrar y salir de la gaveta.

  Se produce un reto. Claro, uno escribe otras cosas en ese lapso, sino seria una completa locura. Pero siempre reaparece, como devolviéndote esa inquietud y zozobra de todo escritor. Así, puede pasar mucho tiempo, años inclusive. Y hasta podemos acostumbrarnos a coexistir.
Al principio como con un niño mal-criado, luego, como un joven díscolo que va ganándote terreno, cuando no encausas su salvaje locura, escribiendo sobre su pecho –si es preciso, el verso necesario.

 Así pueden llegar a crecer. Hasta que los dos, ya adultos, sabemos que, un solo verso, una sola palabra (o su ausencia) podría afectarnos para siempre... Entonces te hace titubear y te preguntas escondido en un rincón:

¿Será posible que en todo este tiempo, no haya podido doblegarlo?

E intuyes que puedes estar al borde de un duelo a muerte: “o el, o yo”. De un lado, el poeta, calculador, serenamente intoxicado, pero jamás confiado. Y en la otra esquina, el poema ya robusto, con vida propia, efervescente, saltando y respirando con toda intensidad.

Si logras vencerlo, ganarás un amigo, un compañero de viaje para toda tu vida; pero si eres derrotado y tienes que recurrir a estrujar y desechar la cuartilla, creo, que vivirás para siempre con el cargo de conciencia de haber traicionado a alguien que un día puso toda su confianza en ti...






                                                                                                                                                                                              
El reloj de madera



El humo y el disipador del humo.
La lluvia y la hojarasca.
La penumbra y la oquedad del verano.
El tiempo de sembrar y el tiempo
de recoger lo sembrado.
El verbo y el vacío,
la palabra articulada y el cumplido silencio,
la gracia y el dolor infinito…

El converso que sostiene la batalla,
la batalla entre el humo y el disipador del humo.
Junto al amado y el depositario
del más profundo desprecio:

El que crea y el que destruye,
la fuerza y la impotencia.


(El miedo y la voluntad ante el temor:
La eterna cuerda por donde transita el hombre).

El canto de la mañana presa,
dentro del estúpido  glamour en que reposa la noche.
La noche de los silencios,
donde se destruye y se crea,
entre la gracia y el dolor infinito…

La oscuridad que se cierne
y  la breve luz, que intermitente lucha
por probar la tibia pureza...

La luz  y  la sombra:
La eterna cuerda con que tropieza el hombre.
La certeza y el monstruo de la duda;
el escenario donde convulsiona la mente de toda criatura.

Porque andamos abrumados por el ritmo de respirar,
el vicio de expresar, de palpar,
de leer, de a ciegas conocer.
Porque pensamos que sólo así
podemos exorcizar la ausencia de la luz;
lo que contiene y lo contenido.

Pero una segunda vista nos muestra:

La imposibilidad del ojo, la inclemencia del tacto,
los tormentos del oído y el infinito infierno
de la lengua,
y  aún el cisne moribundo ante la poderosa  profundidad del sexo.
Entre el eterno ir y venir del menguado aliento.
La imposibilidad de comunicar!
Ante la culta luz que entre tremores resurge,
el ojo que se abre y dentro del dolor se apaga,                          
como surco de  polvo silente...

Aquí  pone  el CARTEL:

This door leads us to the origin of all things…

….Oh! 
Nos conduce
a la fragilidad del ala? 
Al cauce?
A la conjunción de la trompeta y  las aguas ocultas?
A la risa del payaso?
Al lomo de los astros?
A la honda distendida?
A la piedra en mitad de la frente?
Al humo y al disipador del humo?
A la giba dorsal de la usura?
Al monje delectoso?  
Al ojo de un caballo que habla…?

Porque con el pasar del tiempo todos nos convertimos, 
                                                               según convenga
en amigos o enemigos…

TODOS atrapados en la misma sopa,
amalgamados en el mismo tiempo falaz:

La luna y el queso.
El gato y el ratón.
El perro y el oso.
Los cuervos y el águila calva.
El  humo y  el disipador del humo,
junto a la paloma ya ciega
derramando  polvo de FANTASÍA
cada año desde el palo de Pascua.

La campana, la Pascua, el ahorcado, la lítica canción:

London Bridge is falling down 
        Falling down, falling down 
                 London Bridge is falling down 
                                                My fair Lady

La ceniza en la frente, el hombre del hacha,
la sopa de coliflor y el besito de “buenas noches”.

(Sweet dreams, Dorothy…)






miércoles, 23 de enero de 2019

Ernesto Olivera, entre el vacío y la realidad en todas partes




Desde que conocí a Ernesto en el 2006, llevaba consigo sus “papeles sagrados”. Toda una serie de apuntes y capítulos posibles de su –entonces proyecto de novela. La cual vio la luz en diciembre 2015, en Miami, Florida.

(Poeta, escritor y promotor de la cultura. La Habana, Cuba 1962)

El recorrido de Navigio es extenso. Dentro de la categoría de “novela experimental” “Donde crece el vacío” de Ernesto Olivera puede ser una novela “entretenida”, pero no agradable en el sentido rosa. Nos deja siempre con ese desazón en el cuerpo, pero en gran medida nos limpia el alma. El personaje es uno de tantos cubanos de los años 70’, en plena época y apogeo del experimento marxista-tropical, donde estuvieron presentes la terrible guerra de Angola, donde en todo momento en la novela la tragedia está en el aire:

 No sé como decirlo, pero no volvió a moverse. (...) No pude abandonarlo, estuve largas horas en la trinchera, las más largas de mi vida. Muchas veces sobrevivir no quiere decir que tengas razón para seguir vivo”.

El personaje va y viene, como llevado por el impulso metafísico de la mine, la memoria de la sangre, del pasado, de sus ancestros perdidos... Como en la historia de Changó disfrazado de mujer para evadir a sus enemigos, hace entrada en España. En un capítulo que es un magnifico soliloquio, dentro de una extensa precipitación de miedos, esperanzas y terrores que lo acompañan siempre... Como enunciando –dentro de la problemática de una nación (Cuba) castrada de su pasado: el “eterno retorno” ¿Hacia dónde? Hacia la nada, lo que directamente nos puede conducir hacia el sí mismo, ese “yo” certero y vivencial en medio de un presente que no se detiene y siempre marcha, por lo que la nostalgia siempre hace presa de todo, lo cual produce el desgarro inevitable del personaje...

“¿De qué sirve el libre albedrío si todo es intrascendente? El quinqué se había apagado, quedando el container como un punto invisible en el barrio del Vedado, y Clarita no volvió a escuchar tales historias. Cada ser humano es un país extraño y al cabo del tiempo nadie precisa las fronteras que entre el sueño y la mentira acechan.”

En esta última cuerda, y con maestría sobre el manejo de los tiempos, se describen a través de los capítulos sucesos tan diversos como “la toma de la Habana, por los ingleses” hasta el famoso “baile del perchero”; una colección de canciones y boleros entrañablemente criollos, en el caldo de un night-club, escenas crueles de la guerra, un elogio imprescindible a su propia familia (en especial el capítulo dedicado a su madre) y personajes de la cultura como Lezama Lima...
Poesía en prosa, o prosa poética. Filosofía o psicología conductual... Leer “Donde crece el vacío” es toda una aventura, nos da en la cara, ante el destierro, y ante el drama del desarraigo cultural...

¿Qué coño hacemos en factorías en Hialeah o bailando salsa en Suecia? Eso da pena penumbras piensa. Lejos de la Reystonia  regia. Si no fuera por esta lejanía en los ojos. Si no fuera por estar locos, muertos, presos, levitando por Paris, La Habana, Madrid, DF o New York. Si no fuera por la amargura de no entendernos y los ánimos como un palo. Nadie con más empuje. Y no estaría escrita esta novela”

Inevitablemente hay humor, denuncia social, y la fina ironía de sus descarnados personajes. Especialmente para los de nuestra generación, pero también creo que servirá como un gran testimonio, para las generaciones futuras. Le llevó al autor, más de diez años de estudio e investigación sobre diferentes escenarios como Italia, España, México y África y las distintas barriadas habaneras...en los que se levanta todo su relato; reflejo directo de esa realidad, que hace de si presa, juguete o un punto de destino marcado:

“La única certeza es intentarlo. Eso mismo que estas pensando. El resto de las conjeturas es tan vano como los sucedáneos. Lo demás es lo de menos.”

Y precisamente así termina su novela...



domingo, 30 de diciembre de 2018

Ungaretti: También yo me digo, pasaré...


También yo me digo, pasaré...




Qué queda después de la desesperación?  El rigor del día?  El agobiante rigor del “día a día”? Es inevitable no conmoverse con los versos de Giuseppe Ungaretti (Egipto, 1888-Milán 1970), un poeta atrapado entre las dos guerras más enormes que ha sufrido la humanidad, y –aunque mayormente modernista, también envuelto entre la corriente  de la nueva escuela del subconsciente y el símbolo (surrealismo) que llegó a invadir a toda Europa. Entre las cuales supo nadar magistralmente sin ningún desvío, con estilo propio: Ungaretti siempre fue y seguirá siendo, para el bien de sus lectores: su propia voz.

La sensibilidad del poeta, es la sensibilidad ante el misterio de la vida y la muerte. Si la II guerra mundial, fue una derrota definitiva para todas las partes, la crueldad de la Ira., (en la que participó) lo llevaría a cuestionar la irracionalidad del hombre, enfrascado en un fratricidio encarnizado.


Ahora podré besar sólo en sueños
Las confiadas manos...
Y charlo, trabajo,
Apenas he cambiado, temo, fumo...
¿Cómo es posible que aguante tanta noche…?

Y también:

"Nadie, mamá, ha sufrido nunca tanto..."
Y el rostro ya desaparecido
Pero los ojos todavía vivos
De la almohada volvía a la ventana,
Y se llenaba de gorriones el cuarto
Hacia las migas esparcidas por el padre
Para distraer a su chico.


Quien defiende la verdad, el bien y la belleza, debe hacerlo siempre, se nace para eso, se come, se respira, se vive y se cultiva el intelecto, las emociones, se curte el carácter, la percepción del mundo y las cosas sólo con ese objetivo...

Pero pocos son conscientes de esa realidad, y aun hay menos (los locos, los niños, los poetas y los ‘tocados’ por Dios) que se atreven en todo momento a hacerle frente a lo que les tenga deparado el destino... Su entrenamiento militar y la convicción de sus ideas, lo distinguió como un “espadachín” que ante una falta podía retarte a duelo –nos cuenta el poeta chileno Armando Uribe, quien en su juventud le conoció en persona. Hasta al punto de increpar al alma (la suya) ante la realidad material de este mundo, en que de alguna forma –como todo hombre, no halla descanso: 

“Esta alma
que conoce las vanidades del corazón
y pérfidas sus tentaciones,
y del mundo la medida,
y los planes de nuestra mente
considera  minucias,
¿por qué no puede soportar
más que arrebatos terrenos?”

Ungaretti, poeta atribulado –pero viril!  Había perdido tempranamente a su padre, aun le tocó vivir la amarga experiencia, años después en Brasil,  la pérdida física de su pequeño hijo de 9 años. Superación y búsqueda valiente ante el misterio de la vida y la muerte, a través de su pensamiento y poesía: versos directos, que a pesar de su amplia cultura, evaden el preciosismo y se afilian frontalmente dentro del pesar y la belleza que produce la existencia humana.


Condena

Como la áspera piedra del volcán,
como la piedra pulida del torrente,
como la noche sola y desnuda,
alma como honda y con terrores
¿Por qué no te recoge
la mano firme del Señor?
Esta alma
que conoce las vanidades del corazón
y pérfidas sus tentaciones,
y del mundo la medida,
y los planes de nuestra mente
considera minucias,
¿por qué no puede soportar
más que arrebatos terrenos?
Tú no me miras ya, Señor…
Y no busco sino olvido
en la ceguedad de la carne.


Vagabundo

En ninguna
parte
de la tierra
me puedo
arraigar
A cada
nuevo
clima
que encuentro
descubro
desfalleciente
que
una vez
ya le estuve
habituado
Y me separo siempre
extranjero
Naciendo
tornado de épocas demasiado
vividas
Gozar un solo
minuto de vida
inicial
Busco un
país inocente.



Tierra


Podría haber en la guadaña
un rápido reflejo, y el rumor
tornar y perderse por grados
hacia las grutas, y el viento podría
de otra sal enrojecer los ojos…
Podrías, la quilla sumergida,
oírla deslizarse a lo lejos,
o a una gaviota equivocar su pico,
la presa huída, en el espejo…
Del trigo de noches y días
colmadas mostraste las manos,
delfines de los viejos tirrenos
viste pintados en secretos
muros inmateriales y, luego, detrás
de las naves, vivos volar,
y tierra eres aún de cenizas
de inventores sin descanso.
Cauto temblor podría otra vez a adormecedoras
mariposas en los olivos, de un instante a otro,
despertar;
quedarás inspiradas vigilias de extintos,
intervenciones insomnes de ausentes,
la fuerza de cenizas, sombras
en el raudo oscilar de las platas.
Continúas derribando al viento;
desde abetos a palmeras el estrépito
por siempre devastas; silente
el grito de los muertos es más fuerte.



La muerte meditada
(Canto quinto)

Has cerrado los ojos,
nace una noche
nena de falsos huecos,
de ruidos muertos
como de corchos
de redes caladas en el agua.
Tus manos se hacen como un soplo
de inviolables lontananzas,
inarraigables como las ideas,
y el equívoco de la luna
y el balancearse, dulcísimos,
si quieres posármelas sobre los ojos,
tocan el alma.
Eres la mujer que pasa
como una hoja
y dejas en los árboles un fuego de otoño.


La madre


Y cuando el corazón de un último latido
haya hecho caer el muro de sombra,
para conducirme, madre, hasta el Señor,
como una vez me darás la mano.
De rodillas, decidida,
serás una estatua delante del Eterno,
como ya te veía
cuando estabas todavía en la vida.
Alzarás temblorosa los viejos brazos,
como cuando expiraste
diciendo: Dios mío, heme aquí.
Y sólo cuando me haya perdonado
te entrarán deseos de mirarme.
Recordarás haberme esperado tanto
y tendrás en los ojos un rápido suspiro.













sábado, 29 de diciembre de 2018

Homenaje a Jorge Luis Borges (Las mil y una noches)



(...erudición, fantasía, historia, en medio de la mística y poesía oriental: excelente!)



LAS MIL Y UNA NOCHES
SEÑORAS, SEÑORES:

Un acontecimiento capital de la historia de las naciones occidentales es el descubrimiento del Oriente. Sería más exacto hablar de una conciencia del Oriente, continua, comparable a la presencia de Persia en la historia griega. Además de esa conciencia del Oriente —algo vasto, inmóvil, magnifico, incomprensible— hay altos momentos y voy a enumerar algunos. Lo que me parece conveniente, si queremos entrar en este tema que yo quiero tanto, que he querido desde la infancia, el tema del Libro de Las mil y una noches, o, como se llamó en la versión inglesa —la primera que leí— The Arabian Nights: Noches árabes. No sin misterio también, aunque el título es menos bello que el de Libro de Las mil y una noches. Voy a enumerar algunos hechos: los nueve libros de Herodoto y en ellos la revelación de Egipto, el lejano Egipto. Digo “el lejano” porque el espacio se mide por el tiempo y las navegaciones eran azarosas. Para los griegos, el mundo egipcio era mayor, y lo sentían misterioso. 


Examinaremos después las palabras Oriente y Occidente) que no podemos definir y que son verdaderas. Pasa con ellas lo que decía San Agustín que pasa con el tiempo: “¿Qué es el tiempo? Si no me lo preguntan, lo sé; si me lo preguntan, lo ignoro”. ¿Qué son el Oriente y el Occidente? Si me lo preguntan, lo ignoro. Busquemos una aproximación.

Veamos los encuentros, las guerras y las campañas de Alejandro. Alejandro, que conquista la Persia, que conquista la India y que muere finalmente en Babilonia, según se sabe. 

Fue éste el primer vasto encuentro con el Oriente, un encuentro que afectó tanto a Alejandro, que dejó de ser griego y se hizo parcialmente persa. Los persas, ahora lo han incorporado a su historia. A Alejandro, que dormía con la Ilíada y con la espada debajo de la almohada. Volveremos a él más adelante, pero ya que mencionamos el nombre de Alejandro, quiero referirles una leyenda que, bien lo sé, será de interés para ustedes.

Alejandro no muere en Babilonia a los treinta y tres años. Se aparta de un ejército y vaga por desiertos y selvas y luego ve una claridad. Esa claridad es la de una fogata.
 La rodean guerreros de tez amarilla y ojos oblicuos. No lo conocen, lo acogen. Como esencialmente es un soldado, participa de batallas en una geografía del todo ignorada por él. Es un soldado: no le importan las causas y está listo a morir. Pasan los años, él se ha olvidado de tantas cosas y llega un día en que se paga a la tropa y entre las monedas hay una que lo inquieta. La tiene en la palma de la mano y dice: “Eres un hombre viejo; esta es la medalla que hice acuñar para la victoria de Arbela cuando yo era Alejandro de Macedonia.” Recobra en ese momento su pasado y vuelve a ser un mercenario tártaro o chino o lo que fuere.

Esta memorable invención pertenece al poeta inglés Robert Graves. A Alejandro le había sido predicho el dominio del Oriente y el Occidente. En los países del Islam se lo celebra aún bajo el nombre de Alejandro Bicorne, porque dispone de los dos cuernos del Oriente y del Occidente.

Veamos otro ejemplo de ese largo diálogo entre el Oriente y el Occidente, ese diálogo no pocas veces trágico. Pensamos en el joven Virgilio que está palpando una seda estampada, de un país remoto. El país de los chinos, del cual él sólo sabe que es lejano y pacífico, muy numeroso, que abarca los últimos confines del Oriente. Virgilio recordará esa seda en las Geórgicas, esa seda inconsútil, con imágenes de templos, emperadores, ríos, puentes, lagos distintos de los que conocía.

Otra revelación del Oriente es la de aquel libro admirable, la Historia natural de Plinio. Ahí se habla de los chinos y se menciona a Bactriana, Persia, se habla de la India, del rey Poro. Hay un verso de Juvenal, que yo habré leído hará más de cuarenta años y que, de pronto, me viene a la memoria. Para hablar de un lugar lejano, Juvenal dice: “Ultra Aurora et Ganges”, “más allá de la aurora y del Ganges”. En esas cuatro palabras está el Oriente para nosotros. Quién sabe si Juvenal lo sintió como lo sentimos nosotros. Creo que sí. Siempre el Oriente habrá ejercido fascinación sobre los hombres del Occidente.

Prosigamos con la historia y llegaremos a un curioso regalo. Posiblemente no ocurrió nunca. Se trata también de una leyenda. Harun al-Raschid, Aarón el Ortodoxo, envía a su colega Carlomagno un elefante. Acaso era imposible enviar un elefante desde Bagdad hasta Francia, pero eso no importa. Nada nos cuesta creer en ese elefante. Ese elefante es un monstruo. Recordemos que la palabra monstruo no significa algo horrible. Lope de Vega fue llamado “Monstruo de la Naturaleza” por Cervantes. Ese elefante tiene que haber sido algo muy extraño para los francos y para el rey germánico Carlomagno. (Es triste pensar que Carlomagno no pudo haber leído la Chanson de Roland, ya que hablaría algún dialecto germánico.)

Le envían un elefante y esa palabra, “elefante”, nos recuerda que Roland hace sonar el “olifán”, la trompeta de marfil que se llamó así, precisamente, porque procede del colmillo del elefante. Y ya que estamos hablando de etimologías, recordemos que la palabra española “alfil” significa “el elefante” en árabe y tiene el mismo origen que “marfil”. En piezas de ajedrez orientales yo he visto un elefante con un castillo y un hombrecito. Esa pieza no era la torre, como podría pensarse por el castillo, sino el alfil, el elefante.

En las Cruzadas los guerreros vuelven y traen memorias: traen memorias de leones, por ejemplo. Tenemos el famoso cruzado Richard of the Lion-Heart, Ricardo Corazón de León. El león que ingresa en la heráldica es un animal del Oriente. Esta lista no puede ser infinita, pero recordemos a Marco Polo, cuyo libro es una revelación del Oriente (durante mucho tiempo fue la mayor revelación), aquel libro que dictó a un compañero de cárcel, después de una batalla en que los venecianos fueron vencidos por los genoveses. Ahí está la historia del Oriente y ahí precisamente se habla de Kublai Khan, que reaparecerá en cierto poema de Coleridge.

En el siglo quince se recogen en Alejandría, la ciudad de Alejandro Bicorne, una serie de fábulas. Esas fábulas tienen una historia extraña, según se supone. Fueron habladas al principio en la India, luego en Persia, luego en el Asia Menor y, finalmente, ya escritas en árabe, se compilan en El Cairo. Es el Libro de Las mil y una noches.

Quiero detenerme en el título. Es uno de los más hermosos del mundo, tan hermoso, creo, como aquel otro que cité la otra vez, y tan distinto: Un experimento con el tiempo.
En éste hay otra belleza. Creo que reside en el hecho de que para nosotros la palabra “mil” sea casi sinónima de “infinito”. Decir mil noches es decir infinitas noches, las muchas noches, las innumerables noches. Decir “mil y una noches” es agregar una al infinito. Recordemos una curiosa expresión inglesa. A veces, en vez de decir “para siempre”, for ever, se dice for ever and a day, “para siempre y un día”. Se agrega un día a la palabra “siempre”. Lo cual recuerda el epigrama de Heine a una mujer: “Te amaré eternamente y aún después”.

La idea de infinito es consustancial con Las mil y una noches.

En 1704 se publica la primera versión europea, el primero de los seis volúmenes del orientalista francés Antoine Galland. Con el movimiento romántico, el Oriente entra plenamente en la conciencia de Europa. Básteme mencionar dos nombres, dos altos nombres. El de Byron, más alto por su imagen que por su obra, y el de Hugo, alto de todos modos. Vienen otras versiones y ocurre luego otra revelación del Oriente: es la operada hacia mil ochocientos noventa y tantos por Kipling: “Si has oído el llamado del Oriente, ya no oirás otra cosa”.


Volvamos al momento en que se traducen por primera vez Las mil y una noches. Es un acontecimiento capital para todas las literaturas de Europa. Estamos en 1704, en Francia. Esa Francia es la del Gran Siglo, es la Francia en que la literatura está legislada por Boileau, quien muere en 1711 y no sospecha que toda su retórica ya está siendo amenazada por esa espléndida invasión oriental.
Pensemos en la retórica de Boileau, hecha de precauciones, de prohibiciones, pensemos en el culto de la razón, pensemos en aquella hermosa frase de Fenelon: “De las operaciones del espíritu, la menos frecuente es la razón.” Pues bien, Boileau quiere fundar la poesía en la razón.

Estamos conversando en un ilustre dialecto del latín que se llama lengua castellana y ello es también un episodio de esa nostalgia, de ese comercio amoroso y a veces belicoso del Oriente y del Occidente, ya que América fue descubierta por el deseo de llegar a las Indias. Llamamos indios a la gente de Moctezuma, de Atahualpa, de Catriel, precisamente por ese error, porque los españoles creyeron haber llegado a las Indias. Esta mínima conferencia mía también es parte de ese diálogo del Oriente y del Occidente.
En cuanto a la palabra Occidente, sabemos el origen que tiene, pero ello no importa. Cabría decir que la cultura occidental es impura en el sentido de que sólo es a medias occidental. Hay dos naciones esenciales para nuestra cultura. Esas dos naciones son Grecia (ya que Roma es una extensión helenística) e Israel, un país oriental. Ambas se juntan en la que llamamos cultura occidental. Al hablar de las revelaciones del Oriente, debía haber recordado esa revelación continua que es la Sagrada Escritura. El hecho es recíproco, ya que el Occidente influye en el Oriente. Hay un libro de un escritor francés que se titula El descubrimiento de Europa por los chinos y es un hecho real, que tiene que haber ocurrido también.

El Oriente es el lugar en que sale el sol. Hay una hermosa palabra alemana que quiero recordar: Morgenland —para el Oriente—, “tierra de la mañana”. Para el Occidente, Abenland, “tierra de la tarde”. Ustedes recordarán Der untergang des Abendlandes de Spengler, es decir, “la ida hacia abajo de la tierra de la tarde”, o, como se traduce de un modo más prosaico, La decadencia de Occidente. 

Creo que no debemos renunciar a la palabra Oriente, una palabra tan hermosa, ya que en ella está, por una feliz casualidad, el oro. En la palabra Oriente sentimos la palabra oro, ya que cuando amanece se ve el cielo de oro. Vuelvo a recordar el verso ilustre de Dante, “Dolce color d’oriental zaffiro”. Es que la palabra oriental tiene los dos sentidos: el zafiro oriental, el que procede del Oriente, y es también el oro de la mañana, el oro de aquella primera mañana en el Purgatorio.

¿Qué es el Oriente? Si lo definimos de un modo geográfico nos encontramos con algo bastante curioso, y es que parte del Oriente sería el Occidente o lo que para los griegos y romanos fue el Occidente, ya que se entiende que el Norte de África es el Oriente. Desde luego, Egipto es el Oriente también, y las tierras de Israel, el Asia Menor y Bactriana, Persia, la India, todos esos países que se extienden más allá y que tienen poco en común entre ellos. Así, por ejemplo, Tartaria, la China, el Japón, todo eso es el Oriente para nosotros. Al decir Oriente creo que todos pensamos, en principio, en el Oriente islámico, y por extensión en el Oriente del norte de la India.

Tal es el primer sentido que tiene para nosotros y ello es obra de Las mil y una noches. Hay algo que sentimos como el Oriente, que yo no he sentido en Israel y que he sentido en Granada y en Córdoba. He sentido la presencia del Oriente, y eso no sé si puede definirse; pero no sé si vale la pena definir algo que todos sentimos íntimamente. Las connotaciones de esa palabra se las debemos al Libro de Las mil y una noches. Es lo que primero pensamos; sólo después podemos pensar en Marco Polo o en las leyendas del Preste Juan, en aquellos ríos de arena con peces de oro. En primer término pensamos en el Islam.


Veamos la historia de ese libro; luego, las traducciones. El origen del libro está oculto. Podríamos pensar en las catedrales malamente llamadas góticas, que son obras de generaciones de hombres. Pero hay una diferencia esencial, y es que los artesanos, los artífices de las catedrales, sabían bien lo que hacían. En cambio, Las mil y una noches surgen de modo misterioso. Son obra de miles de autores y ninguno pensó que estaba edificando un libro ilustre, uno de los libros más ilustres de todas las literaturas, más apreciados en el Occidente que en el Oriente, según me dicen. Ahora, una noticia curiosa que transcribe el barón de Hammer Purgstall, un orientalista citado con admiración por Lañe y por Burton, los dos traductores ingleses más famosos de Las mil y una noches. Habla de ciertos hombres que él llama confabulatores nocturni: hombres de la noche que refieren cuentos, hombres cuya profesión es contar cuentos durante la noche. Cita un antiguo texto persa que informa que el primero que oyó recitar cuentos, que reunió hombres de la noche para contar cuentos que distrajeran su insomnio fue Alejandro de Macedonia. Esos cuentos tienen que haber sido fábulas. Sospecho que el encanto de las fábulas no está en la moraleja. Lo que encantó a Esopo o a los fabulistas hindúes fue imaginar animales que fueran como hombrecitos, con sus Comedias y sus tragedias. La idea del propósito moral fue agregada al fin: lo importante era el hecho de que el lobo hablara con el cordero y el buey con el asno o el león con un ruiseñor.

Tenemos a Alejandro de Macedonia oyendo cuentos contados por esos anónimos hombres de la noche cuya profesión es referir cuentos, y esto perduró durante mucho tiempo. Lañe, en su libro Account of the Manners and Costumes of the modern Egyptians, Modales y costumbres de los actuales egipcios, cuenta que hacia 1850 eran muy comunes los narradores de cuentos en El Cairo. Que había unos cincuenta y que con frecuencia narraban las historias de Las mil y una noches.
Tenemos una serie de cuentos; la serie de la India, donde se forma el núcleo central, según Burton y según Cansinos-Asséns, autor de una admirable versión española, pasa a Persia; en Persia los modifican, los enriquecen y los arabizan; llegan finalmente a Egipto. Esto ocurre a fines del siglo quince. A fines del siglo quince se hace la primera compilación y esa compilación procedía de otra, persa según parece: Hazar afsana, Los mil cuentos.

¿Por qué primero mil y después mil y una? Creo que hay dos razones. Una, supersticiosa (la superstición es importante en este caso), según la cual las cifras pares son de mal agüero. Entonces se buscó una cifra impar y felizmente se agregó “y una”. Si hubieran puesto novecientas noventa y nueve noches, sentiríamos que falta una noche; en cambio, así, sentimos que nos dan algo infinito y que nos agregan todavía una yapa, una noche. El texto es leído por el orientalista francés Galland, quien lo traduce. Veamos en qué consiste y de qué modo está el Oriente en ese texto. Está, ante todo, porque al leerlo nos sentimos en un país lejano.

Es sabido que la cronología, que la historia existen; pero son ante todo averiguaciones occidentales. No hay historias de la literatura persa o historias de la filosofía indos-tánica; tampoco hay historias chinas de la literatura china, porque a la gente no le interesa la sucesión de los hechos. Se piensa que la literatura y la poesía son procesos eternos. Creo que, en lo esencial, tienen razón. Creo, por ejemplo, que el título Libro de Las mil y una noches (o, como quiere Burton, Book of the Thousand Nigths and a Night, Libro de las mil noches y una noche), sería un hermoso título si lo hubieran inventado esta mañana. Si lo hiciéramos ahora pensaríamos qué lindo título; y es lindo pues no sólo es hermoso (como hermoso es Los crepúsculos del jardín, de Lugones) sino porque da ganas de leer el libro.

Uno tiene ganas de perderse en Las mil y una noches; uno sabe que entrando en ese libro puede olvidarse de su pobre destino humano; uno puede entrar en un mundo, y ese mundo está hecho de unas cuantas figuras arquetípicas y también de individuos.
En el título de Las mil y una noches hay algo muy importante: la sugestión de un libro infinito. 

Virtualmente, lo es. Los árabes dicen que nadie puede leer Las mil y una noches hasta el fin. No por razones de tedio: se siente que el libro es infinito.
Tengo en casa los diecisiete volúmenes de la versión de Burton. Sé que nunca los habré leído todos pero sé que ahí están las noches esperándome; que mi vida puede ser desdichada pero ahí estarán los diecisiete volúmenes; ahí estará esa especie de eternidad de Las mil y una noches del Oriente.

¿Y cómo definir al Oriente, no el Oriente real, que no existe? Yo diría que las nociones de Oriente y Occidente son generalizaciones pero que ningún individuo se siente oriental. Supongo que un hombre se siente persa, se siente hindú, se siente malayo, pero no oriental. Del mismo modo, nadie se siente latinoamericano: nos sentimos argentinos, chilenos, orientales (uruguayos). No importa, el concepto no existe. ¿Cuál es su base? Es ante todo la de un mundo de extremos en el cual las personas son o muy desdichadas o muy felices, muy ricas o muy pobres. Un mundo de reyes, de reyes que no tienen por qué explicar lo que hacen. De reyes que son, digamos, irresponsables como dioses.

Hay, además, la noción de tesoros escondidos. Cualquier hombre puede descubrirlos. Y la noción de la magia, muy importante. ¿Qué es la magia? La magia es una causalidad distinta. Es suponer que, además de las relaciones causales que conocemos, hay otra relación causal. Esa relación puede deberse a accidentes, a un anillo, a una lámpara. Frotamos un anillo, una lámpara, y aparece el genio. Ese genio es un esclavo que también es omnipotente, que juntará nuestra voluntad. Puede ocurrir en cualquier momento.

Recordemos la historia del pescador y del genio. El pescador tiene cuatro hijos, es pobre. Todas las mañanas echa su red al borde de un mar. Ya la expresión un mar es una expresión mágica, que nos sitúa en un mundo de geografía indefinida. El pescador no se acerca al mar, se acerca a un mar y arroja su red. Una mañana la arroja y la saca tres veces: saca un asno muerto, saca cacharros rotos, saca, en fin, cosas inútiles. La arroja por cuarta vez (cada vez recita un poema) y la red está muy pesada. Espera que esté llena de peces y lo que saca es una jarra de cobre amarillo, sellado con el sello de Solimán (Salomón). Abre la jarra y sale un humo espeso. Piensa que podrá vender la jarra a los quincalleros, pero el humo llega hasta el cielo, se condensa y toma la figura de un genio.
¿Qué son esos genios? Pertenecen a una creación pre-adamita, anterior a Adán, inferior a los hombres, pero pueden ser gigantescos. Según los musulmanes, habitan todo el espacio y son invisibles e impalpables.

El genio dice: “Alabado sea Dios y Salomón su Apóstol.” El pescador le pregunta por qué habla de Salomón, que murió hace tanto tiempo: ahora su apóstol es Mahoma. Le pregunta, también, por qué estaba encerrado en la jarra. El otro le dice que fue uno de los genios que se rebelaron contra Solimán y que Solimán lo encerró en la jarra, la selló y la tiró al fondo del mar. Pasaron cuatrocientos años y el genio juró que a quien lo liberase le daría todo el oro del mundo, pero nada ocurrió. Juró que a quien lo liberase le enseñaría el canto de los pájaros. Pasan los siglos y las promesas se multiplican. Al fin llega un momento en el que jura que dará muerte a quien lo libere. “Ahora tengo que cumplir mi juramento. Prepárate a morir, ¡ oh mi salvador!” Ese rasgo de ira hace extrañamente humano al genio y quizá querible.

El pescador está aterrado; finge descreer de la historia y dice: “Lo que me has contado no es cierto. ¿Cómo tú, cuya cabeza toca el cielo y cuyos pies tocan la tierra, puedes haber cabido en este pequeño recipiente?” El genio contesta: “Hombre de poca fe, vas a ver”. Se reduce, entra en la jarra y el pescador la cierra y lo amenaza.

La historia sigue y llega un momento en que el protagonista no es un pescador sino un rey, luego el rey de las Islas Negras y al fin todo se junta. El hecho es típico de Las mil y una noches. Podemos pensar en aquellas esferas chinas donde hay otras esferas o en las muñecas rusas. Algo parecido encontramos en el Quijote, pero no llevado al extremo de Las mil y una noches. Además todo esto está dentro de un vasto relato central que ustedes conocen: el del sultán que ha sido engañado por su mujer y que para evitar que el engaño se repita resuelve desposarse cada noche y hacer matar a la mujer a la mañana siguiente. Hasta que Shahrazada resuelve salvar a las otras y lo va reteniendo con cuentos que quedan inconclusos. Sobre los dos pasan mil y una noches y ella le muestra un hijo.
Con cuentos que están dentro de cuentos se produce un efecto curioso, casi infinito, con una suerte de vértigo. Esto ha sido imitado por escritores muy posteriores. Así, los libros de Alicia de Lewis Carroll, o la novela Sylvia and Bruno, donde hay sueños adentro de sueños que se ramifican y multiplican.

El tema de los sueños es uno de los preferidos de Las mil y una noches. Admirable es la historia de los dos que soñaron. Un habitante de El Cairo sueña que una voz le ordena en sueños que vaya a la ciudad de Isfaján, en Per-sia, donde lo aguarda un tesoro. Afronta el largo y peligroso viaje y en Isfaján, agotado, se tiende en el patio de una mezquita a descansar. Sin saberlo, está entre ladrones. Los arrestan a todos y el cadí le pregunta por qué ha llegado hasta la ciudad. El egipcio se lo cuenta. 

El cadí se ríe hasta mostrar las muelas y le dice: “Hombre desatinado y crédulo, tres veces he soñado con una casa en El Cairo en cuyo fondo hay un jardín y en el jardín un reloj de sol y luego una fuente y una higuera y bajo la fuente está un tesoro. Jamás he dado el menor crédito a esa mentira. Que no te vuelva a ver por Isfaján. Toma esta moneda y vete.” El otro se vuelve a El Cairo: ha reconocido en el sueño del cadí su propia casa. Cava bajo la fuente y encuentra el tesoro.

En Las mil y una noches hay ecos del Occidente. Nos encontramos con las aventuras de Ulises, salvo que Ulises se llama Simbad el Marino. Las aventuras son a veces las mismas (ahí está Polifemo). Para erigir el palacio de Las mil y una noches se han necesitado generaciones de hombres y esos hombres son nuestros bienhechores, ya que nos han legado ese libro inagotable, ese libro capaz de tantas metamorfosis. Digo tantas metamorfosis porque el primer texto, el de Galland, es bastante sencillo y es quizá el de mayor encanto de todos, el que no exige ningún esfuerzo del lector; sin ese primer texto, como muy bien dice el capitán Burton, no se hubieran cumplido las versiones ulteriores.


Galland, pues, publica el primer volumen en 1704. Se produce una suerte de escándalo, pero al mismo tiempo de encanto para la razonable Francia de Luis XIV. Cuando se habla del movimiento romántico se piensa en fechas muy posteriores. Podríamos decir que el movimiento romántico empieza en aquel instante en que alguien, en Normandía o en París, lee Las mil y una noches. Está saliendo del mundo legislado por Boileau, está entrando en el mundo de la libertad romántica.
Vendrán luego otros hechos. El descubrimiento francés de la novela picaresca por Lessage; las baladas escocesas e inglesas publicadas por Percy hacia 1750. Y, hacia 1798, el movimiento romántico empieza en Inglaterra con Cole-ridge, que sueña con Kublai Khan, el protector de Marco Polo. Vemos así lo admirable que es el mundo y lo entreveradas que están las cosas.

Vienen las otras traducciones. La de Lañe está acompañada por una enciclopedia de las costumbres de los musulmanes. La traducción antropológica y obscena de Burton está redactada en un curioso inglés parcialmente del siglo catorce, un inglés lleno de arcaísmos y neologismos, un inglés no desposeído de belleza pero que a veces es de difícil lectura. Luego la versión licenciosa, en ambos sentidos de la palabra, del doctor Mardrus, y una versión alemana literal pero sin ningún encanto literario, de Lit-tmann. Ahora, felizmente, tenemos la versión castellana de quien fue mi maestro Rafael Cansinos-Asséns. El libro ha sido publicado en México; es, quizá, la mejor de todas las versiones; también está acompañada de notas.

Hay un cuento que es el más famoso de Las mil y una noches y que no se lo halla en las versiones originales. Es la historia de Aladino y la lámpara maravillosa. Aparece en la versión de Galland y Burton buscó en vano el texto árabe o persa. Hubo quien sospechó que Galland había falsificado la narración. Creo que la palabra “falsificar” es injusta y maligna. Galland tenía tanto derecho a inventar un cuento como lo tenían aquellos confabulatores nocturni. ¿ Por qué no suponer que después de haber traducido tantos cuentos, quiso inventar uno y lo hizo?

La historia no queda detenida en el cuento de Galland. En su autobiografía De Quincey dice que para él había en Las mil y una noches un cuento superior a los demás y que ese cuento, incomparablemente superior, era la historia de Aladino. Habla del mago del Magreb que llega a la China porque sabe que ahí está la única persona capaz de exhumar la lámpara maravillosa. Galland nos dice que el mago era un astrólogo y que los astros le revelaron que tenía que ir a China en busca del muchacho. De Quincey, que tiene una admirable memoria inventiva, recordaba un hecho del todo distinto. Según él, el mago había aplicado el oído a la tierra y había oído las innumerables pisadas de los hombres. Y había distinguido, entre esas pisadas, las del chico predestinado a exhumar la lámpara. Esto, dice De Quincey que lo llevó a la idea de que el mundo está hecho de correspondencias, está lleno de espejos mágicos y que en las cosas pequeñas está la cifra de las mayores. El hecho de que el mago mogrebí aplicara el oído a la tierra y descifrara los pasos de Aladino no se halla en ninguno de los textos. Es una invención que los sueños o la memoria dieron a De Quincey. Las mil y una noches no han muerto. El infinito tiempo de Las mil y una noches prosigue su camino. A principios del siglo dieciocho se traduce el libro; a principios del diecinueve o fines del dieciocho De Quincey lo recuerda de otro modo. Las noches tendrán otros traductores y cada traductor dará una versión distinta del libro. Casi podríamos hablar de muchos libros titulados Las mil y una noches. Dos en francés, redactados por Galland y Mardrus; tres en inglés, redactados por Burton, Lañe y Paine; tres en alemán, redactados por Henning, Littmann y Weil; uno en castellano, de Cansinos-Asséns. Cada uno de esos libros es distinto, porque Las mil y una noches siguen creciendo, o recreándose. En el admirable Stevenson y en sus admirables Nuevas mil y una noches (New Arabian Nights) se retoma el tema del príncipe disfrazado que recorre la ciudad, acompañado de su visir, y a quien le ocurren curiosas aventuras. Pero Stevenson inventó un príncipe, Floricel de Bohemia, su edecán, el coronel Geraldine, y los hizo recorrer Londres. Pero no el Londres real sino un Londres parecido a Bagdad; no al Bagdad de la realidad, sino al Bagdad de Las mil y una noches.

Hay otro autor cuya obra debemos agradecer todos: Chesterton, heredero de Stevenson. El Londres fantástico en el que ocurren las aventuras del padre Brown y del Hombre que fue Jueves no existiría si él no hubiese leído a Stevenson. Y Stevenson no hubiera escrito sus Nuevas mil y una noches si no hubiese leído Las mil y una noches. Las mil y una noches no son algo que ha muerto. Es un libro tan vasto que no es necesario haberlo leído, ya que es parte previa de nuestra memoria y es parte de esta noche también.



Jorge Luis Borges  (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899-Ginebra14 de junio de 1986) Poeta y escritor argentino, considerado uno de los más destacados de la literatura del siglo XX

Premio Diogenes de Poesía, México 2024. Título: "En medio del tiempo de la espera" Autor: Alexis Rosendo Fernández.

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