viernes, 15 de septiembre de 2023

"Vecinos con beneficios" por Anna Sotelo


Soy de los que creo en la poesía más allá del verso o la prosa. He leído más de una vez, este delicioso relato de la escritora cubana contemporánea, radicada en Miami –Anna Sotelo–; porque lo disfruto mucho. Contiene en vilo al lector hasta el final tierno en que desemboca a través de una finura insertada en la cotidianeidad, algo difícil de lograr, pero que se agradece profundamente.

La prosa o relato poético es su definido acierto y gusto personal –como me dejó saber hace ya algunos años en una de nuestras largas parrafadas telefónicas. Yo también así lo creo y me da gusto. Y como dice el dicho español: “Para muestra un botón”, espero que algún día se anime usted querida amiga, a publicar y compartir estas pequeñas joyas, con todos los que la admiramos.

 (Alexis Rosendo)





Vecinos con beneficios

(Anna Sotelo)


 


 

 



Me pasa como a todas.

Lo miro y encuentro esos detalles que he aprendido a conjugar en la simetría de sus rasgos. No falta quien me diga, que tiene su atractivo; pero si lo agradezco, es porque pienso que el halago, va dirigido a contentarme. Nadie como yo, reconoce su verdadero encanto, después de una contemplación realista, acumulativa y despiadada.

De la pata que cojea, ¿quién lo sabe mejor? pero le sirvo su plato, con el mismo amor que antes de comenzar a predecirnos. Todavía me gusta verlo moverse cuando no sabe que lo observo, sin que la costumbre corrompa la veleidad de ese placer sibilino. Yo sé que me corresponde. Lo sé cuando me aturde con esa persecución canina, en momentos en que sabe, que nada le voy a ofrecer; pero la pasión no me ciega.

Somos seres muy propios que sabemos que la entrega puede ser máxima, pero no absoluta, y si me he preparado para enfrentar un desliz, no ha sido por desconfianza; pretendo conservar el control de mí misma y seguir a tono con mis estándares, cuando algún día, me toque enfrentarlo.

Abrí la puerta y él se detuvo en el umbral.

-Mira dónde estaba, mamá, se escabulló en el portal, para quedar oculto entre el carro y los maceteros.

– ¿Cómo te llamas?

–Ryan y mi mamá, Gisela–. No hizo contacto visual.

–Mucho gusto, Anna. ¿Tú eres el niño de la bicicleta azul, verdad?

–Yo también me llamo Anna, ¿sabe? es mi primer nombre, pero es que nosotros le damos comida… porque el niño se ha encariñado, ¿usted entiende? Es que se nos había perdido y no sabíamos... La señora de allá al lado también lo alimenta, ¿si lo sabe...?  Ella fue quien le dijo a Ryan que es bueno...

Sus palabras se atropellaban y yo asentía en otro compás, desfasándolo, para darme tiempo a pensar. Ryan revelaba a gritos otra identidad y le corría con ansiedad, sin resultados, con la tenacidad incansable, que se tiene a los ocho años.

– ¿Cómo se llama? Se detuvo como solicitando o devolviendo, como comprando una anuencia abonada en respetos.

– No, no… tomé aire. –Aquí se llama Neighborg. ¿Cómo se llama para tí?

– Bueno, en mi casa se llama Wisker, que quiere decir bigotes, pero si usted…

–Pero yo nada, ya sé cómo se llama en tu casa. Y aproveché para pasar mi mano, por sobre las, muy recortadas, puntas de su pelo.

–Me gusta que lo quieras. Fíjate que cuando salga de viaje, les llevo comida para que no le falte. Ya sé que está bien cuando no está conmigo. Somos más a quererlo.

Gisela, temblaba de decencia, parecía excusarse. Me contó la travesía de Neihgbor a Wisker, hacia el mundo de Ryan, desde una tarde que comenzó a esperarlo a la salida amarilla del bus.

Para aliviarle vergüenza le conté sus hazañas, cómo se habla de un familiar en común. Mencioné solo las victorias y aquel episodio dignísimo, de rechazar los manjares de quienes, antes, lo abandonaron a mi suerte.

En un ardid, para preservar su albedrío y nuestros encuentros, les insinué que adora las noches de luna y retozar con una hembra de pelo jaspeado entre negro y rubio, con quien pasa, casi todas las madrugadas... ¿Quién querría oponerse?

Brindé mi amistad y di las gracias.

Cuando abrí la puerta del carro, salió de su escondite. Ryan aún lo perseguía para agarrarlo. Aunque siguió de largo, le prestó el lomo para una caricia al pasar; mientras, iba trazando una directriz hacía los arcos de mis empeines, allí apoyó la cabeza, definiéndose, como un hombre que pide perdón, y regreso. 






"Vecinos con beneficios" por Anna Sotelo

Soy de los que creo en la poesía más allá del verso o la prosa. He leído más de una vez, este delicioso relato de la escritora cubana contem...