domingo, 20 de octubre de 2019

Wole Soyinka. Poesía.

Wole Soyinka, Dramaturgo, poeta y escritor nigeriano; nació en 1934 en Abeokuta,  Nigeria. ​Comenzó sus estudios superiores en la Universidad de Ibadán, que culminaría en la Universidad de  Leeds, donde retornaría en la década de 1970 para conseguir un doctorado.
Entre 1957 y 1959, trabajó en el "Royal Court Theatre" de Londres como director y actor. En este período también escribió tres obras para una pequeña compañía de actores que había reclutado. Si bien muchos escritores africanos rechazaban el uso de las lenguas europeas debido a la asociación entre Europa y la violenta colonización de África, Soyinka optó por desarrollar sus escritos en inglés. Se caracteriza por mezclar las tradiciones africanas con el estilo europeo, utiliza tradiciones y mitos africanos y los narra utilizando formas occidentales. Siempre aprovechó sus obras para difundir su postura social y política, por lo cual su obra está plagada de simbolismos (algunos sencillos, otros bastante complejos). Este estilo ácido fue una de las causas de su arresto en 1967.
En la década de 1960 vuelve a Nigeria para estudiar el teatro africano, y ese mismo año funda el grupo teatral "Las máscaras de 1960". Sus trabajos en esta época están teñidos de algo de crítica social, pero por lo general esta se hace en un modo ligero y, a veces, humorístico. En 1964, funda la "Compañía de Teatro Orisun". También enseña teatro y literatura en las universidades de  Lagos e Ibadán. Pero en 1967, es arrestado durante la   guerra civil de Nigeria por haber escrito un artículo en el que abogaba por un armisticio. Acusado de conspiración, es encerrado por más de 20 meses y recién a fines de 1969 es liberado.
Ya en la década de 1970, liberado de la prisión, su obra se torna más oscura y crítica. Ataca al sistema y en ella se refleja el sufrimiento del autor y del pueblo nigeriano. En 1986 recibe el Premio Nobel de Literatura.





A los locos subidos al muro



Aullad, aullad
que el corazón tenéis cuajado y estadizo,
con vosotros no puedo partir
compañeros de la boya hendida
no puedo ir en busca
del puerto de vuestra orilla a la deriva.

Vuestro prudente aislamiento
¿quién osará reprobar? Agazapados
en vuestro alféizar, ¿observáis
las cenizas de la realidad, su extraño discurrir?
Me temo
que os habéis aventurado en el infinito
para regresar
hablando en lenguas extranjeras.

Aunque los muros
desgarren las costuras raídas
del manto mágico que compartimos, ya
más no puedo acercarme
y aunque le cierre los oídos
a la melodía de la partida, aullad
en la hora del sueño, decidles a estos muros
que hay un colmo para la aflicción
en el corazón del hombre.



Ahora las sombras se extienden con debilidad



Ni muerte de la aurora ni triste postración
Esta suave charamusca, suaves engendros que desisten
Rápidos goces y recelos para un
día desnudo. Barcos cargados se
someten a la asamblea sin rostro de la niebla
para despertar los mercados silenciosos -Veloces, mudas
procesiones por grises desvíos... Sobre este
cobertor, hubo
súbito invierno a la muerte
del solitario trompetero de la aurora. Cascadas
de blancos pedazos de pluma... pero ello decidió
un rito banal. Conciliación salvajemente
exitosa, primero
el pie derecho para el júbilo, el izquierdo para el pavor.
Y la madre suplicaba, Hijo
Jamás camines
cuando el camino aguarda, hambriento.
Viajero, debes proseguir
al alba.
Te prometo prodigios en la santa hora
Presagios como el aleteo del gallo blanco
Perverso empalamiento -Como quien desafiara
las iracundas alas del progreso del hombre...
Más, ¡semejante espectro! Hermano
Mudo en el sobresaltado abrazo de
tu invención -Esta mueca de burla
esta contorsión cerrada - ¿Soy yo?



Conversación Telefónica



El precio parecía razonable, el lugar
indiferente. La casera juró vivir
sin prejuicios. Nada quedaba salvo
 la auto-confesión. “Madame”, advertí,
“Detesto perder un viaje- Soy Africano”
silencio. transmisión silenciada de
fingida buena educación. Voz que llega
como larga boquilla dorada y tubular, impregnada de lápiz labial
Fui sorprendido por su vileza.
“¿Qué tan oscuro?”... no había escuchado mal... “Es usted claro o
muy oscuro?
Hedor a rancio vaho de refugio público para telefonear.
Cabina roja, buzón rojo, rojo autobús doble
aplastando el alquitrán. ¡Era real! Avergonzada
por el silencio enfermizo, llevé al límite su
turbación para suplicar explicación
ella, considerada, cambió el tono
“¿Es usted oscuro? ¿o muy claro?” advino la revelación
“Quiere usted decir, como chocolate puro, o con leche?”
Su asentimiento fue clínico, rayando en la frialdad de la luz
Rápidamente, una vez ajustada la longitud de onda,
escogí Sepia Oeste- Africano- tras reflexionar dije:
“lo certifica mi pasaporte” Silencio para un espectroscópico
vuelo de ilusión, hasta que el acento de su sinceridad retumbó
con fuerza en la bocina. ¿Cómo así? dijo condescendiente
“No sé lo que es”. “No del todo”
Facialmente, soy moreno, pero madame, debería ver usted
el resto de mí. Las palmas de mis manos, las plantas de mis pies
son de un rubio oxigenado. La fricción lo ha causado-
torpemente madame -  por sentarme, mi trasero se ha tornado
Negro Cuervo- ¡Un momento madame! sintiendo
su auricular elevarse al sonido del trueno
en cuanto a mis orejas- “madame”, sugerí,
¿no preferiría verlas usted misma?




Dedicatoria


para Moremi, 1963


La tierra no comparte la viga de la envidia; suelos de estiércol
cortado, no la ligera piel de la salamandra, sino su caída
Sabor de este suelo a plomo y muerte en su vida profunda

Como este ñame, totalmente enterrado, aún vivo tubérculo
en la calidez de las aguas, enterrado como los manantiales
como las raíces del baobab, como el corazón.

El aire no te lo negará. Como un alto
girar sobre el ombligo de la tormenta, por el azadón,
las raíces de los arados bosques son una vereda para las ardillas.

Ser eterno como la turba oscura, pero que sólo lluevan
dedos, no los pies de los hombres, por más que estén lavados.
Largo ropaje de la sombra del sol, correr desnudo hacia la noche.

Pimiento verde y rojo -mi niño- su lengua arco,
su cola de escorpión, volver a escupir directamente las acechanzas
                                                                                         [del peligro
Aún, con el arrullo de la oscura paloma, zarcillo de rocío entre tus
                                                                                                [labios.

Escudo que te gusta la carne de la palma de la mano,
hacia el cielo dirigida
Colmillos en nido de espinas, sin cáscara como el corazón
                                                                              [de la semilla
La carne de la mujer es aceite -mi niño, aceite de palma en tu lengua

Flexibilidad para vivir, y el vino de esta calabaza
desde su propia prisa corriendo arroyos como repuestos
Sus esfuerzos, mi niño, son el destete con que nos abrazan

Tierra de enmielada leche, el vino de la única costilla.
Ahora enrollo su lengua en miel hasta que sus mejillas son
enjambres, panales -su mundo necesita dulcificarse-  mi niño.

Irosun, el árbol rojo, ronda el corazón, tiza para el vuelo
de la mancha -¿puedes verlo mi niño? ¡Ya amanece! -bajo
                                                                        [el antimonio

De las axilas, como una diosa, nos deja este largo sabor
De sus labios, de sal, que tú puedes buscar
nunca en las lágrimas. Esto, agua de lluvia, es el regalo
de los dioses -bebida de su pureza, frutos de estación.
Frutas luego a sus labios: apresurado por recompensar
la deuda del nacimiento. Pleamar en el hombre-marea como en el
                                                                                            [océano.
 Y su reflujo, dejando un sentido de fósiles arenas.



José

(para la Sra. de Putifar)


Oh, Sra. de Putifar, sus principios
que no puedo aceptar usted los juró
yo quise violarlos; veo que agita cual trofeo
los pedazos de su desbaratada farsa
de virtud, y los llamo míos.

No era yo José, desde luego, un mártir maldiciente
ni un santo: ¿no se conmueven los santos lo
indecible, no está en sintonía su valor pasivo con el
lento transcurrir del tiempo? La hora del mal exige
que se abjure de las visiones piadosas
reclama a las manos fieles que en el acto rasguen
toda máscara, así puedan las manchas ponzoñosas
ventear y unirse a las secretas resacas de las olas
en cloacas de intrigas. Estimada Sra. de Putifar
busca usted con el caos enterrar muy hondo
su plato de lentejas mundano, su estiércol macabro
cual hierbajos de retorcida ambición.

Los esclavos del tiempo
eunucos de la voluntad la esperan: húndase
hasta el fondo en un sofá de blancos huesos, yazga
hoy sobre los huecos cráneos del mañana. Nosotros,
todos ésos cuyos sueños de fuego se hacen luz
esperamos al viejo antepasado rastreador
de verdades para interpretar los sueños.




En el curso de mi vida



Espero encontrarme algún día
de nuevo con tu espectro en la trinchera,
anunciando, soy un soldado. Entonces no habrá titubeo
y te habré de disparar certero y justo
con la carne y el pan y la vasija de vino.
Un racimo de pechos en cada brazo y aquella
solitaria pregunta, ¿sabes amigo, incluso ahora,
el porqué de todo esto?








jueves, 17 de octubre de 2019

Octavio Paz. Poesía.



Octavio Paz,​ 
(Ciudad de Mexico,1914 - ib. 1998). Poeta, ensayista, dramaturgo y diplomático mexicano. Obtuvo el premio Nobel de literatura en 1990 y el premio Cervantes en 1981. Se le considera uno de los más influyentes escritores del siglo XX y uno de los grandes poetas hispanos de todos los tiempos.​ 






Libertad bajo palabra




Viento
Cantan las hojas,
bailan las peras en el peral;
gira la rosa,
rosa del viento, no del rosal.
Nubes y nubes
flotan dormidas, algas del aire;
todo el espacio
gira con ellas, fuerza de nadie.

Todo es espacio;
vibra la vara de la amapola
y una desnuda
vuela en el viento lomo de ola.

Nada soy yo,
cuerpo que flota, luz, oleaje;
todo es del viento
y el viento es aire
siempre de viaje…




La calle



Es una calle larga y silenciosa.
Ando en tinieblas y tropiezo y caigo
y me levanto y piso con pies ciegos
las piedras mudas y las hojas secas
y alguien detrás de mí también las pisa:
si me detengo, se detiene;
si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie.
Todo está oscuro y sin salida,
y doy vueltas y vueltas en esquinas
que dan siempre a la calle
donde nadie me espera ni me sigue,
donde yo sigo a un hombre que tropieza
y se levanta y dice al verme: nadie.



Tu nombre



Nace de mí, de mi sombra,
amanece por mi piel,
alba de luz somnolienta.

Paloma brava tu nombre,
tímida sobre mi hombro.





Elegía interrumpida



Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al primer muerto nunca lo olvidamos,
aunque muera de rayo, tan aprisa
que no alcance la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un peldaño,
el cuerpo que se afianza en un suspiro,
la puerta que se abre, el muerto que entra.
De una puerta a morir hay poco espacio
y apenas queda tiempo de sentarse,
alzar la cara, ver la hora
y enterarse: las ocho y cuarto.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
La que murió noche tras noche
y era una larga despedida,
un tren que nunca parte, su agonía.
Codicia de la boca
al hilo de un suspiro suspendida,
ojos que no se cierran y hacen señas
y vagan de la lámpara a mis ojos,
fija mirada que se abraza a otra,
ajena, que se asfixia en el abrazo
y al fin se escapa y ve desde la orilla
cómo se hunde y pierde cuerpo el alma
y no encuentra unos ojos a que asirse…
¿Y me invitó a morir esa mirada?
Quizá morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros, nadie
quiere mirarnos a los ojos.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al que se fue por unas horas
y nadie sabe en qué silencio entró.
De sobremesa, cada noche,
la pausa sin color que da al vacío
o la frase sin fin que cuelga a medias
del hilo de la araña del silencio
abren un corredor para el que vuelve:
suenan sus pasos, sube, se detiene…
Y alguien entre nosotros se levanta
y cierra bien la puerta.
Pero él, allá del otro lado, insiste.
Acecha en cada hueco, en los repliegues,
vaga entre los bostezos, las afueras.
Aunque cerremos puertas, él insiste.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Rostros perdidos en mi frente, rostros
sin ojos, ojos fijos, vaciados,
¿busco en ellos acaso mi secreto,
el dios de sangre que mi sangre mueve,
el dios de yelo, el dios que me devora?
Su silencio es espejo de mi vida,
en mi vida su muerte se prolonga:
soy el error final de sus errores.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
El pensamiento disipado, el acto
disipado, los nombres esparcidos
(lagunas, zonas nulas, hoyos que escarba terca la memoria),
la dispersión de los encuentros,
el yo, su guiño abstracto, compartido
siempre por otro (el mismo) yo, las iras,
el deseo y sus máscaras, la víbora
enterrada, las lentas erosiones,
la espera, el miedo, el acto
y su reverso: en mí se obstinan,
piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,
beber el agua que les fue negada.
Pero no hay agua ya, todo está seco,
no sabe el pan, la fruta amarga,
amor domesticado, masticado,
en jaulas de barrotes invisibles
mono onanista y perra amaestrada,
lo que devoras te devora,
tu víctima también es tu verdugo.
Montón de días muertos, arrugados
periódicos, y noches descorchadas
y amaneceres, corbata, nudo corredizo:
«saluda al sol, araña, no seas rencorosa…»

Es un desierto circular el mundo,
el cielo está cerrado y el infierno vacío.




Epitafio para un poeta



Quiso cantar, cantar
para olvidar
su vida verdadera de mentiras
y recordar
su mentirosa vida de verdades.













"Vecinos con beneficios" por Anna Sotelo

Soy de los que creo en la poesía más allá del verso o la prosa. He leído más de una vez, este delicioso relato de la escritora cubana contem...