domingo, 30 de diciembre de 2018

Ungaretti: También yo me digo, pasaré...


También yo me digo, pasaré...




Qué queda después de la desesperación?  El rigor del día?  El agobiante rigor del “día a día”? Es inevitable no conmoverse con los versos de Giuseppe Ungaretti (Egipto, 1888-Milán 1970), un poeta atrapado entre las dos guerras más enormes que ha sufrido la humanidad, y –aunque mayormente modernista, también envuelto entre la corriente  de la nueva escuela del subconsciente y el símbolo (surrealismo) que llegó a invadir a toda Europa. Entre las cuales supo nadar magistralmente sin ningún desvío, con estilo propio: Ungaretti siempre fue y seguirá siendo, para el bien de sus lectores: su propia voz.

La sensibilidad del poeta, es la sensibilidad ante el misterio de la vida y la muerte. Si la II guerra mundial, fue una derrota definitiva para todas las partes, la crueldad de la Ira., (en la que participó) lo llevaría a cuestionar la irracionalidad del hombre, enfrascado en un fratricidio encarnizado.


Ahora podré besar sólo en sueños
Las confiadas manos...
Y charlo, trabajo,
Apenas he cambiado, temo, fumo...
¿Cómo es posible que aguante tanta noche…?

Y también:

"Nadie, mamá, ha sufrido nunca tanto..."
Y el rostro ya desaparecido
Pero los ojos todavía vivos
De la almohada volvía a la ventana,
Y se llenaba de gorriones el cuarto
Hacia las migas esparcidas por el padre
Para distraer a su chico.


Quien defiende la verdad, el bien y la belleza, debe hacerlo siempre, se nace para eso, se come, se respira, se vive y se cultiva el intelecto, las emociones, se curte el carácter, la percepción del mundo y las cosas sólo con ese objetivo...

Pero pocos son conscientes de esa realidad, y aun hay menos (los locos, los niños, los poetas y los ‘tocados’ por Dios) que se atreven en todo momento a hacerle frente a lo que les tenga deparado el destino... Su entrenamiento militar y la convicción de sus ideas, lo distinguió como un “espadachín” que ante una falta podía retarte a duelo –nos cuenta el poeta chileno Armando Uribe, quien en su juventud le conoció en persona. Hasta al punto de increpar al alma (la suya) ante la realidad material de este mundo, en que de alguna forma –como todo hombre, no halla descanso: 

“Esta alma
que conoce las vanidades del corazón
y pérfidas sus tentaciones,
y del mundo la medida,
y los planes de nuestra mente
considera  minucias,
¿por qué no puede soportar
más que arrebatos terrenos?”

Ungaretti, poeta atribulado –pero viril!  Había perdido tempranamente a su padre, aun le tocó vivir la amarga experiencia, años después en Brasil,  la pérdida física de su pequeño hijo de 9 años. Superación y búsqueda valiente ante el misterio de la vida y la muerte, a través de su pensamiento y poesía: versos directos, que a pesar de su amplia cultura, evaden el preciosismo y se afilian frontalmente dentro del pesar y la belleza que produce la existencia humana.


Condena

Como la áspera piedra del volcán,
como la piedra pulida del torrente,
como la noche sola y desnuda,
alma como honda y con terrores
¿Por qué no te recoge
la mano firme del Señor?
Esta alma
que conoce las vanidades del corazón
y pérfidas sus tentaciones,
y del mundo la medida,
y los planes de nuestra mente
considera minucias,
¿por qué no puede soportar
más que arrebatos terrenos?
Tú no me miras ya, Señor…
Y no busco sino olvido
en la ceguedad de la carne.


Vagabundo

En ninguna
parte
de la tierra
me puedo
arraigar
A cada
nuevo
clima
que encuentro
descubro
desfalleciente
que
una vez
ya le estuve
habituado
Y me separo siempre
extranjero
Naciendo
tornado de épocas demasiado
vividas
Gozar un solo
minuto de vida
inicial
Busco un
país inocente.



Tierra


Podría haber en la guadaña
un rápido reflejo, y el rumor
tornar y perderse por grados
hacia las grutas, y el viento podría
de otra sal enrojecer los ojos…
Podrías, la quilla sumergida,
oírla deslizarse a lo lejos,
o a una gaviota equivocar su pico,
la presa huída, en el espejo…
Del trigo de noches y días
colmadas mostraste las manos,
delfines de los viejos tirrenos
viste pintados en secretos
muros inmateriales y, luego, detrás
de las naves, vivos volar,
y tierra eres aún de cenizas
de inventores sin descanso.
Cauto temblor podría otra vez a adormecedoras
mariposas en los olivos, de un instante a otro,
despertar;
quedarás inspiradas vigilias de extintos,
intervenciones insomnes de ausentes,
la fuerza de cenizas, sombras
en el raudo oscilar de las platas.
Continúas derribando al viento;
desde abetos a palmeras el estrépito
por siempre devastas; silente
el grito de los muertos es más fuerte.



La muerte meditada
(Canto quinto)

Has cerrado los ojos,
nace una noche
nena de falsos huecos,
de ruidos muertos
como de corchos
de redes caladas en el agua.
Tus manos se hacen como un soplo
de inviolables lontananzas,
inarraigables como las ideas,
y el equívoco de la luna
y el balancearse, dulcísimos,
si quieres posármelas sobre los ojos,
tocan el alma.
Eres la mujer que pasa
como una hoja
y dejas en los árboles un fuego de otoño.


La madre


Y cuando el corazón de un último latido
haya hecho caer el muro de sombra,
para conducirme, madre, hasta el Señor,
como una vez me darás la mano.
De rodillas, decidida,
serás una estatua delante del Eterno,
como ya te veía
cuando estabas todavía en la vida.
Alzarás temblorosa los viejos brazos,
como cuando expiraste
diciendo: Dios mío, heme aquí.
Y sólo cuando me haya perdonado
te entrarán deseos de mirarme.
Recordarás haberme esperado tanto
y tendrás en los ojos un rápido suspiro.













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