lunes, 2 de septiembre de 2019

Poesía, Boris Pasternak.

Boris Pasternak (Moscú, 1890 – Peredelkino, cerca de Moscú,1960) poeta, pintor y novelista ruso. Pasternak es uno de los cuatro poetas más destacados, en la primera mitad del siglo XX, con sus amigos Anna Ajmatova, Marina Tsevetayeva y Osip Mandelstam, estuvieron sometidos a una vida de persecución política por las autoridades soviéticas. En la década del 30’ se le acusa de “subjetividad” (en lo que se llamó “La gran Purga”); aunque consiguió escapar del Gulag. En 1958 es galardonado con el Premio Nobel de Literatura.






Hay que vivir sin imposturas


Hay que vivir sin imposturas
Vivir de modo que con el tiempo
Nos lleguemos a ganar el amor del espacio,
y oigamos la voz del futuro.

Hay que dejar blancos
En el destino y no en el papel
y en los márgenes anotar
Pasajes y capítulos de la vida entera.

Debemos sumirnos en el anónimo
Y ocultar en él nuestros pasos
Tal como se oculta el paisaje
Tras una niebla espesa.

Otros siguiendo tus huellas, frescas
Recorrerán tu camino palmo a palmo,
Pero tú mismo no debes distinguir
La derrota de la victoria
No debes renunciar ni a una brizna de ti mismo.


Tú debes estar vivo.
Solamente vivir
Hasta el final.




Fragmentos del poema

(Fragmentos, I y II)

I

Yo he amado también, y el aliento
del insomnio, temprano, temprano,
desde el parque bajaba al barranco,
y en tinieblas,
salía en volandas hacia un archipiélago
de calveros cubiertos de niebla felpuda,
de menta, de ajenjo y codornices.
Y allí acrecentaba su peso el amor,
me embriagaba cual ala que toca el disparo,
caía en el aire, temblaba de fiebre,
y como el rocío cubría los campos.

Allí me encontraba la aurora. Hasta las dos
brillaban riquezas del cielo infinito.
Los gallos, entonces, temían las sombras.
Trataban de ocultar sus temores,
mas de sus gargantas salían bombas de fogueo,
y el espanto les daba una voz de falsete.
Se apagaban las constelaciones. Como hecho de encargo,
por el claro asomaba un pastor
con cara de apagaluces de saltones ojos.

Yo he amado también. Y ella, por ahora,
quizás viva aún. Pasará algún tiempo,
y algo grande, cual otoño, un día
(tal vez no mañana, más tarde,
cuando sea)
se encenderá sobre la vida como un resplandor,
apiadándose de la espesura. De la luz de los charcos,
que se mueren de sed como ranas. Del temblor leporino
de los prados, cuya oreja recubre la estera
de hojarasca del año anterior. Del ruido,
que semeja un falso oleaje de vida pasada.
Yo he amado también, y lo sé: lo mismo que campos mojados
vemos siempre al comienzo del año,
cada pecho mantiene en su fondo
un febril amor a mundos nuevos.

Yo he amado también, y ella aún vive.
Y lo mismo, patinando en tempranos comienzos,
permanecen los tiempos,
y se esfuman detrás del instante.
Esta linde es hoy, como antes, muy fina.
Como antes,
el pasado remoto parece reciente.
Como antes,
apartado de los testimonios,
enloquece el ayer, simulando ignorar
que no es ya nuestra casa de hogaño.
¿Es esto Posible? ¿Es decir, que, en efecto,
el amor no es durable, sino que se aleja
durante toda la vida
cual tributo de asombro al instante?

(1916, 1928)

II

Dormía. Aquella noche velaba mi espíritu.
Sonó un golpe. La luz se encendió.
La ventana anunciaba tormenta.
La abrí como estaba, a medio vestir .

Así es como nieva. Así murmuran los copos.
Así balbucean las bocas de signos.
Allí está el original;
aquí, la palidez de la copia.
Allí está todo en sangre;
aquí no hay sangre alguna.

Allí, iluminado, cual difunto,
por débil luz del ventanal,
limpia el alféizar con las lilas
-el frío croquis de un glaciar.

En noche ginebrina el Sur entreteje,
como en trenza de mujer meridional,
brillos de algarrobas y de albaricoques,
orquestas y barcas, y risas de olas.

Y, cual revolviendo castañas,
echa en braseros con el cogedor
bebidas de hombres,
y de las mujeres,
jarabe con luz y calor.

De cada luz llega una plática.
Y arriba, ahogándose, el olmo
el lienzo hace temblar de la marquesa
y pinta con sus ramas en la gasa.

Tú mira, ¡qué fiebre en los Alpes!
¡Qué fiel a la patria es cada paso!
¡Oh, sé bella, por favor!
¡Oh, por favor, en cada caso!

Con tu belleza matadora,
cien veces bella, más y más,
tú siempre, siempre, a todas horas,
de frialdad fundida estás.

Pues, atropina y belladona
tomando, triste, alguna vez,
igual que tú, miraré frío,
e igual que tú, «sufre» diré.

(1916)


La poesía


Poesía, te voy a jurar
y termino, estoy ronco:
tú no eres el habla melosa,
tú eres el estío en tercera clase,
tú eres arrabal, y no estribillo.

Tú eres asfixiante como mayo, Yámskaya,(1)
un reducto nocturno de Shevardino,(2)
en el que lanzan gemidos las nubes,
marchándose luego por lados distintos.

Y, doblándose en la espiral de las vías
-no el estribillo, sino el arrabal-,
se arrastran de las estaciones a sus casas,
no cantando, sino estupefactos.

Los restos de la lluvia manchan los racimos
y largo rato, hasta la aurora,
desgranan acrósticos en todos los techos,
lanzando burbujas con rima sonora.

¡Poesía, si debajo del grifo tienes
una perogrullada, vacía, cual cubo de zinc,
que siga, no obstante, fluyendo tu chorro!
¡Puesto tienes debajo el cuaderno: fluye, pues!


(1) Yámskaya: nombre de una calle de Moscú.
(2) Shevardino: reducto del campo de batalla de Borodinó.





domingo, 1 de septiembre de 2019

Jaime Sabines


Jaime Sabines: Yo quería hacer una poesía lo más independiente de las palabras, que resistiera cualquier traducción y es a través de la prosa, -cuyo ritmo es el que más se acerca al de la sangre- donde se consigue mejor.
(Chiapas, 1926 – Ciudad de México, 1999) fue un poeta y político mexicano, considerado como uno de los más grandes poetas mexicanos del siglo XX.





¿Qué putas puedo?



¿Qué putas puedo hacer con mi rodilla,
con mi pierna tan larga y tan flaca,
con mis brazos, con mi lengua,
con mis flacos ojos?
¿Qué puedo hacer en este remolino
de imbéciles de buena voluntad?
¿Qué puedo con inteligentes podridos
y con dulces niñas que no quieren hombre sino poesía?
¿Qué puedo entre los poetas uniformados
por la academia o por el comunismo?
¿Qué, entre vendedores o políticos
o pastores de almas?
¿Qué putas puedo hacer, Tarumba,
si no soy santo, ni héroe, ni bandido,
ni adorador del arte,
ni boticario,
ni rebelde?
¿Qué puedo hacer si puedo hacerlo todo
y no tengo ganas sino de mirar y mirar?


Me dueles


Mansamente, insoportablemente, me dueles.
Toma mi cabeza. Córtame el cuello.
Nada queda de mí después de este amor.

Entre los escombros de mi alma, búscame,
escúchame.
En algún sitio, mi voz sobreviviente, llama,
pide tu asombro, tu iluminado silencio.

Atravesando muros, atmósferas, edades,
tu rostro (tu rostro que parece que fuera cierto)
viene desde la muerte, desde antes
del primer día que despertara al mundo.

¡Qué claridad de rostro, qué ternura
de luz ensimismada,
qué dibujo de miel sobre hojas de agua!

Amo tus ojos, amo, amo tus ojos.
Soy como el hijo de tus ojos,
como una gota de tus ojos soy.
Levántame. De entre tus pies levántame, recógeme,
del suelo, de la sombra que pisas,
del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños.
Levántame. Porque he caído de tus manos
y quiero vivir, vivir, vivir.



Después de todo


Después de todo -pero después de todo-
sólo se trata de acostarse juntos,
se trata de la carne,
de los cuerpos desnudos,
lámpara de la muerte en el mundo.

Gloria degollada, sobreviviente
del tiempo sordomudo,
mezquina paga de los que mueren juntos.

A la miseria del placer, eternidad,
condenaste la búsqueda, al injusto
fracaso encadenaste sed,
clavaste el corazón a un muro.

Se trata de mi cuerpo al que bendigo,
contra el que lucho,
el que ha de darme todo
en un silencio robusto
y el que se muere y mata a menudo.

Soledad, márcame con tu pie desnudo,
aprieta mi corazón como las uvas
y lléname la boca con su licor maduro.


El peatón


Se dice, se rumora, afirman en los salones, en las fiestas, alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un gran poeta. O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero realmente, un poeta.
Le llega la noticia a Jaime y éste se alegra: ¡qué maravilla! ¡Soy un poeta! ¡Soy un poeta importante! ¡Soy un gran poeta!
Convencido, sale a la calle, o llega a la casa, convencido. Pero en la calle nadie, y en la casa menos: nadie se da cuenta de que es un poeta. ¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente, o un resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas?
¡Dios mío!, dice Jaime. Tengo que ser papá o marido, o trabajar en la fábrica como otro cualquiera, o andar, como cualquiera, de peatón.
¡Eso es!, dice Jaime. No soy un poeta: soy un peatón.

Y esta vez se queda echado en la cama con una alegría dulce y tranquila.



Vamos a guardar este día


Vamos a guardar este día
entre las horas, para siempre,
el cuarto a oscuras,
Debussy y la lluvia,
tú a mi lado, descansando de amar.
Tu cabellera en que el humo de mi cigarrillo
flotaba densamente, imantado, como una mano
acariciando.
Tu espalda como una llanura en el silencio
y el declive inmóvil de tu costado
en que trataban de levantarse,
como de un sueño, mis besos.

La atmósfera pesada
de encierro, de amor, de fatiga,
con tu corazón de virgen odiándome y odiándote.
Todo ese malestar del sexo ahíto,
esa convalecencia en que nos buscaban los ojos
a través de la sombra para reconciliarnos.
Tu gesto de mujer de piedra,
última máscara en que a pesar de ti te refugiabas,
domesticabas tu soledad.
Los dos, nuevos en el alma, preguntando por qué.
Y más tarde tu mano apretando la mía,
cayéndose tu cabeza blandamente en mi pecho,
y mis dedos diciéndole no sé qué cosas a tu cuello.
Vamos a guardar este día
entre las horas para siempre.





Poesía de David Rosenmann Taub




David Rosenmann Taub (Santiago de Chile, 1927) Poeta, músico y artista  chileno. Radicado en USA desde 1985. El poeta Armando Uribe Arce lo ha catalogado como "el poeta vivo más importante y profundo de toda la lengua castellana"... En el año 2000 se crea la "Corda Foundation" con el propósito de reunir, preservar y divulgar su obra.





Ataraxia (Ananda primera)



De rodillas el Árbol.
Caigo sobre mis ojos: me acompaño:
sólo tengo caminos.
La luz clama: ‘¡Estoy ciega!’
Cunde frescos sentidos
el ansia, polvorienta, disoluta.
Los pies del cielo con mis pies tropiezan.
Vetusto claroscuro:
caminos y caminos y ninguna
huella. Jamás el mundo.


Abismo


La sombra de la muerte en el umbral se para.
Oh dandún, oh dandún, no le mires la cara.

Cerca, una madrugada te aguardaba con hambre
de tus miembros apenas palpados por el mundo,
y te daba el arrullo dulcísimo del sueño
desde dentro de un sueño borroso, inacabable.

Tienes los ojos fijos, detenidos: ‘Qué fijos
tiene dandún los ojos.’ Y despiertas, dandún,
¡es cierto!, ¡sí!, ¡despiertas!, y tu vagido adoro.
Tu angustia calmarán los azulados ríos.

La sombra de la muerte desde el umbral avanza.
Oh dandún, oh dandún, tápate con las sabanas.

En las manos el cuesco del burburbur: ventana
de par en par, almendra que crepita, cuncuna,
ladrillos, pasos, ruedas: la silla gujgujguj,
la cucharita, el queque, el bomberún, el tata,

el tata, el tata: ‘tú pone leó, o pono
osito’, burburbur, el cascabel voltea
su encintada cadena: brusco tin: un hoyuelo
con jarabe: dandún con mameluco y gozo.

La sombra de la muerte está junto a tu cama.
Sé bueno, mi dandún, mira mejor el alba.

Un corto pasadizo atraviesan tus días:
no hay hoscos centinelas para ti descubriendo
los rincones de magia, los muebles, la escalera:
en la baldosa bailan tus soldados en fila.

Se esconde en cada negro dominó con que juegas
un vaho amoratado, un tajo, una premura,
y tú juegas debajo de la mesa a ser gato.
Cerca, una madrugada lenta juega a ser piedra.

La sombra de la muerte hacia ti se ha inclinado
(se ha puesto azul la almohada):… semejan dos hermanos.

Has mirado a la muerte y ahora cierras los ojos,
mas detrás de tus párpados aun la sigues mirando,
y tus ojos cerrados, terriblemente abiertos,
miran, miran sin fin, clavados en lo ignoto

de esa cara sin cara que se ríe sin risa,
de esa cara, dandún, que se parece a ti,
que es como algo gemelo que de pronto posees:
dime, dandún, ¿la muerte acaso es hija mía?

Se ha acostado en tu cama la sombra de la muerte.
Hijo mío, dandún, ya no me perteneces.

No, no, eso sí que no, dandún, lo enorme no,
lo enorme se te pega en los labios,
vas a entregar tus ojos a una niebla espantosa,
ya te envuelve, dandún, recházala, eso no,
quiéreme algo, dandún, para ser mío,
quiéreme algo, dandún,
todavía un ratito, no te vayas, dandún;
ay Dios, y quién diría que en tu cuerpo pequeño
albergas una noche inmensa, tenebrosa,
sin estrellas, vacía, completa de infinito;
quién diría que con tus dulces ojos de color extraviado
abarcas un umbroso bosque voraz, dandún;

alma mía, hijo mío, dandún, oh vida, vive,
vibra, vibra, voltea, vive, vive, ¡desata!,
¡desátate!, ¡desátame!,
que la luna otra vez brille allá en tus pupilas,
que las guindas del sol te hagan reír,
que los pájaros crucen por tus ojos radiantes,
que la ola se agite otra vez en tus ojos,
que el día se abra en ti como suave capullo,
que contemples mi amor como el viento a la duna.

Hijo mío, mi sangre empozada en tus venas
grita por recorrerte, por sentirte gozoso
de lucha, de vertiente, de verdor, de sabor;
hijo mío, mi sangre encharcada en tus venas
me recorre las fibras del amor de tu carne:
sangre mía, revuélcate, rebélate, recórrelo
otra vez, otra vez;
no descanses, dandún, abandona ese sueño,
ven a mis brazos, hijo, lleno de luz, de vida,
con la plena fragancia del racimo maduro;
sangre mía, caliéntalo, dale otra vez calor,
dale otra vez vocales tímidas a su boca.

No me dejes, dandún,
dile a tu sangre que fluya, que fluya, que fluya,
dile a tus ojos que se abran, hijo,
¡hijo!,
dile a tus dedos que me cojan.

Oh dandún, ¡si eres mío!, conmigo siempre,
abrázame;
¿qué va a ser de tus juegos y de mi sangre, hijo?
Abre los ojos, dandún, por Dios, dandún, abre los ojos.
Ah maldita sombra, Dios maldito, maldito,
dile a dandún que abra los ojos:
¡para qué va a dormir tanto tiempo!

Sí, dandún, eres mío, sólo mío,
no te vayas, hijo, dime que todo esto es un
juego de la noche,
que vas a abrir los ojos.
Madrugada, dame la muerte.

Hijo mío de sombra, largamente reposa.
La soledad te cubre con sus velados tules.
El cielo se ha poblado de amoratadas nubes.
Tropieza la mañana con la noche en la alcoba.

La turbia madrugada te ha aguardado con hambre
de tus miembros apenas palpados por el mundo,
y te ha dado el arrullo dulcísimo del sueño
desde dentro de un sueño borroso, inacabable.

Desde el umbral el sol, tendido como un perro,
mira la quieta colcha, desciende hasta tu pecho
quieto, avanza a tu rostro pálidamente quieto
y en tus ojos cerrados pone un ciego reflejo,
en tus ojos cerrados, terriblemente abiertos.


El Manantial

¿Quién eres tú? ¿Quién eres tú? ¿Quién eres al alba,
a la noche, a la tarde? ¿No es el amor tu imagen?
Yo crecía, y crecías tú. ¡A nosotros crecíamos!
Tomamos los racimos. ¿No es el amor mi imagen?

Dolías en el llano de las cosas que rompen.
En las cosas que abaten yo dolía. ¿Y tu imagen?
El agua, entre las aguas, horadaba y subía.
¡Oh qué sed de esa agua! ¡Nuestra sed! ¿Y mi imagen?

En derredor la vida, para que así se cumpla
la forja de la aurora repentina. ¡El encuentro!  
Más no lo repentino. ¡Los únicos caudales!

Imagen contra imagen, hacía imagen. ¡Lo nuestro!
Esto que ahora esplende. ¡El amor! ¡El amor!
¡Esto que nos destina rebeliones de imágenes!


Pagano

I

Más otras voces hablan a otras voces.
Más otros ríos bañan a otros hombres.
Y yo estoy lejos, sumamente lejos.

Ulula el huracán entre los montes.
Grita el torrente con revueltos bronces.
Y yo en lo lejos permanezco ajeno.

Páramo de otros nombres, otros nombres.
Otra febril majada, otro deshoje.
Sobre mi lejanía el aguacero

vierte sus cuencas como viejos
odres.
Allá en los corredores
de la lejana casa mía se oye
la panoja de trinos de otro entonces,
y entre los cobertores
de mi huesa, rumores de otros dioses.

II

Para mí todo el año es otoño:
¿Cuándo, dioses, empieza el invierno?
¿Es otrora la nueva jornada?
Al raer, desvelado, las eras,
he gustado los mismos sabores
que aprendí en las escuelas del sueño.
Para mí todo el día es crepúsculo:
¿Cuando, dioses, empieza la noche?

III

Penetré entre los dioses: ese no era mi sitio.
En el arduo retiro, desde los miradores
alocados de espacio, tranquilos de blancura,
derroté mis efigies. Los límites sin límites
pestañearon, sufrieron, se pararon. Los vi
como muros erguidos sobre mis torreones.




Premio Diogenes de Poesía, México 2024. Título: "En medio del tiempo de la espera" Autor: Alexis Rosendo Fernández.

  En medio del tiempo de la espera                                                                                            Para Suren, ...