David
Rosenmann Taub (Santiago de Chile, 1927) Poeta, músico y artista chileno. Radicado en USA desde 1985. El poeta Armando Uribe Arce lo ha
catalogado como "el
poeta vivo más importante y profundo de toda la lengua castellana"... En el año
2000 se crea la "Corda Foundation" con el propósito de reunir, preservar y divulgar su obra.
Ataraxia (Ananda primera)
De rodillas el Árbol.
Caigo sobre mis ojos: me acompaño:
sólo tengo caminos.
La luz clama: ‘¡Estoy ciega!’
Cunde frescos sentidos
el ansia, polvorienta, disoluta.
Los pies del cielo con mis pies
tropiezan.
Vetusto claroscuro:
caminos y caminos y ninguna
huella. Jamás el mundo.
Abismo
La sombra de la muerte en el umbral se para.
Oh dandún, oh dandún, no le mires la cara.
Cerca, una madrugada te aguardaba con hambre
de tus miembros apenas palpados por el mundo,
y te daba el arrullo dulcísimo del sueño
desde dentro de un sueño borroso, inacabable.
Tienes los ojos fijos, detenidos: ‘Qué
fijos
tiene dandún los ojos.’ Y despiertas, dandún,
¡es cierto!, ¡sí!, ¡despiertas!, y tu vagido adoro.
Tu angustia calmarán los azulados ríos.
La sombra de la muerte desde el umbral avanza.
Oh dandún, oh dandún, tápate con las sabanas.
En las manos el cuesco del burburbur:
ventana
de par en par, almendra que crepita, cuncuna,
ladrillos, pasos, ruedas: la silla gujgujguj,
la cucharita, el queque, el bomberún, el tata,
el tata, el tata: ‘tú pone leó, o pono
osito’, burburbur, el cascabel voltea
su encintada cadena: brusco tin: un hoyuelo
con jarabe: dandún con mameluco y gozo.
La sombra de la muerte está junto a tu
cama.
Sé bueno, mi dandún, mira mejor el alba.
Un corto pasadizo atraviesan tus días:
no hay hoscos centinelas para ti descubriendo
los rincones de magia, los muebles, la escalera:
en la baldosa bailan tus soldados en fila.
Se esconde en cada negro dominó con que
juegas
un vaho amoratado, un tajo, una premura,
y tú juegas debajo de la mesa a ser gato.
Cerca, una madrugada lenta juega a ser piedra.
La sombra de la muerte hacia ti se ha
inclinado
(se ha puesto azul la almohada):… semejan dos hermanos.
Has mirado a la muerte y ahora cierras los
ojos,
mas detrás de tus párpados aun la sigues mirando,
y tus ojos cerrados, terriblemente abiertos,
miran, miran sin fin, clavados en lo ignoto
de esa cara sin cara que se ríe sin risa,
de esa cara, dandún, que se parece a ti,
que es como algo gemelo que de pronto posees:
dime, dandún, ¿la muerte acaso es hija mía?
Se ha acostado en tu cama la sombra de la muerte.
Hijo mío, dandún, ya no me perteneces.
No, no, eso sí que no, dandún, lo enorme
no,
lo enorme se te pega en los labios,
vas a entregar tus ojos a una niebla espantosa,
ya te envuelve, dandún, recházala, eso no,
quiéreme algo, dandún, para ser mío,
quiéreme algo, dandún,
todavía un ratito, no te vayas, dandún;
ay Dios, y quién diría que en tu cuerpo pequeño
albergas una noche inmensa, tenebrosa,
sin estrellas, vacía, completa de infinito;
quién diría que con tus dulces ojos de color extraviado
abarcas un umbroso bosque voraz, dandún;
alma mía, hijo mío, dandún, oh vida, vive,
vibra, vibra, voltea, vive, vive, ¡desata!,
¡desátate!, ¡desátame!,
que la luna otra vez brille allá en tus pupilas,
que las guindas del sol te hagan reír,
que los pájaros crucen por tus ojos radiantes,
que la ola se agite otra vez en tus ojos,
que el día se abra en ti como suave capullo,
que contemples mi amor como el viento a la duna.
Hijo mío, mi sangre empozada en tus venas
grita por recorrerte, por sentirte gozoso
de lucha, de vertiente, de verdor, de sabor;
hijo mío, mi sangre encharcada en tus venas
me recorre las fibras del amor de tu carne:
sangre mía, revuélcate, rebélate, recórrelo
otra vez, otra vez;
no descanses, dandún, abandona ese sueño,
ven a mis brazos, hijo, lleno de luz, de vida,
con la plena fragancia del racimo maduro;
sangre mía, caliéntalo, dale otra vez calor,
dale otra vez vocales tímidas a su boca.
No me dejes, dandún,
dile a tu sangre que fluya, que fluya, que fluya,
dile a tus ojos que se abran, hijo,
¡hijo!,
dile a tus dedos que me cojan.
Oh dandún, ¡si eres mío!, conmigo siempre,
abrázame;
¿qué va a ser de tus juegos y de mi sangre, hijo?
Abre los ojos, dandún, por Dios, dandún, abre los ojos.
Ah maldita sombra, Dios maldito, maldito,
dile a dandún que abra los ojos:
¡para qué va a dormir tanto tiempo!
Sí, dandún, eres mío, sólo mío,
no te vayas, hijo, dime que todo esto es un
juego de la noche,
que vas a abrir los ojos.
Madrugada, dame la muerte.
Hijo mío de sombra, largamente reposa.
La soledad te cubre con sus velados tules.
El cielo se ha poblado de amoratadas nubes.
Tropieza la mañana con la noche en la alcoba.
La turbia madrugada te ha aguardado con
hambre
de tus miembros apenas palpados por el mundo,
y te ha dado el arrullo dulcísimo del sueño
desde dentro de un sueño borroso, inacabable.
Desde el umbral el sol, tendido como un perro,
mira la quieta colcha, desciende hasta tu pecho
quieto, avanza a tu rostro pálidamente quieto
y en tus ojos cerrados pone un ciego reflejo,
en tus ojos cerrados, terriblemente abiertos.
El Manantial
¿Quién eres tú? ¿Quién eres tú? ¿Quién eres al alba,
a la noche, a la tarde? ¿No es el amor tu imagen?
Yo crecía, y crecías tú. ¡A nosotros crecíamos!
Tomamos los racimos. ¿No es el amor mi imagen?
Dolías en el llano de las cosas que rompen.
En las cosas que abaten yo dolía. ¿Y tu imagen?
El agua, entre las aguas, horadaba y subía.
¡Oh qué sed de esa agua! ¡Nuestra sed! ¿Y mi imagen?
En derredor la vida, para que así se cumpla
la forja de la aurora repentina. ¡El encuentro!
Más no lo repentino. ¡Los únicos caudales!
Imagen contra imagen, hacía imagen. ¡Lo
nuestro!
Esto que ahora esplende. ¡El amor! ¡El amor!
¡Esto que nos destina rebeliones de imágenes!
Pagano
I
Más otras voces hablan a otras voces.
Más otros ríos bañan a otros hombres.
Y yo estoy lejos, sumamente lejos.
Ulula el huracán entre los montes.
Grita el torrente con revueltos bronces.
Y yo en lo lejos permanezco ajeno.
Páramo de otros nombres, otros nombres.
Otra febril majada, otro deshoje.
Sobre mi lejanía el aguacero
vierte sus cuencas como viejos
odres.
Allá en los corredores
de la lejana casa mía se oye
la panoja de trinos de otro entonces,
y entre los cobertores
de mi huesa, rumores de otros dioses.
II
Para mí todo el año es otoño:
¿Cuándo, dioses, empieza el invierno?
¿Es otrora la nueva jornada?
Al raer, desvelado, las eras,
he gustado los mismos sabores
que aprendí en las escuelas del sueño.
Para mí todo el día es crepúsculo:
¿Cuando, dioses, empieza la noche?
III
Penetré entre los dioses: ese no era mi sitio.
En el arduo retiro, desde los miradores
alocados de espacio, tranquilos de blancura,
derroté mis efigies. Los límites sin límites
pestañearon, sufrieron, se pararon. Los vi
como muros erguidos sobre mis torreones.
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