Boris
Pasternak (Moscú, 1890 –
Peredelkino, cerca de Moscú,1960) poeta, pintor y novelista ruso. Pasternak es uno de los cuatro poetas más destacados, en
la primera mitad del siglo XX, con sus amigos Anna Ajmatova, Marina
Tsevetayeva y Osip Mandelstam, estuvieron sometidos a una vida de persecución política
por las autoridades soviéticas. En la década del 30’ se le acusa de “subjetividad”
(en lo que se llamó “La gran Purga”); aunque consiguió escapar del Gulag. En
1958 es galardonado con el Premio Nobel de Literatura.
Hay que vivir
sin imposturas
Hay que vivir sin imposturas
Vivir de modo que con el tiempo
Nos lleguemos a ganar el amor del espacio,
y oigamos la voz del futuro.
Hay que dejar blancos
En el destino y no en el papel
y en los márgenes anotar
Pasajes y capítulos de la vida entera.
Debemos sumirnos en el anónimo
Y ocultar en él nuestros pasos
Tal como se oculta el paisaje
Tras una niebla espesa.
Otros siguiendo tus huellas, frescas
Recorrerán tu camino palmo a palmo,
Pero tú mismo no debes distinguir
La derrota de la victoria
No debes renunciar ni a una brizna de ti mismo.
Tú debes estar vivo.
Solamente vivir
Hasta el final.
Fragmentos del poema
(Fragmentos, I y II)
I
Yo he amado también, y el aliento
del insomnio, temprano, temprano,
desde el parque bajaba al barranco,
y en tinieblas,
salía en volandas hacia un archipiélago
de calveros cubiertos de niebla felpuda,
de menta, de ajenjo y codornices.
Y allí acrecentaba su peso el amor,
me embriagaba cual ala que toca el disparo,
caía en el aire, temblaba de fiebre,
y como el rocío cubría los campos.
Allí me encontraba la aurora. Hasta las dos
brillaban riquezas del cielo infinito.
Los gallos, entonces, temían las sombras.
Trataban de ocultar sus temores,
mas de sus gargantas salían bombas de fogueo,
y el espanto les daba una voz de falsete.
Se apagaban las constelaciones. Como hecho de encargo,
por el claro asomaba un pastor
con cara de apagaluces de saltones ojos.
Yo he amado también. Y ella, por ahora,
quizás viva aún. Pasará algún tiempo,
y algo grande, cual otoño, un día
(tal vez no mañana, más tarde,
cuando sea)
se encenderá sobre la vida como un resplandor,
apiadándose de la espesura. De la luz de los charcos,
que se mueren de sed como ranas. Del temblor leporino
de los prados, cuya oreja recubre la estera
de hojarasca del año anterior. Del ruido,
que semeja un falso oleaje de vida pasada.
Yo he amado también, y lo sé: lo mismo que campos mojados
vemos siempre al comienzo del año,
cada pecho mantiene en su fondo
un febril amor a mundos nuevos.
Yo he amado también, y ella aún vive.
Y lo mismo, patinando en tempranos comienzos,
permanecen los tiempos,
y se esfuman detrás del instante.
Esta linde es hoy, como antes, muy fina.
Como antes,
el pasado remoto parece reciente.
Como antes,
apartado de los testimonios,
enloquece el ayer, simulando ignorar
que no es ya nuestra casa de hogaño.
¿Es esto Posible? ¿Es decir, que, en efecto,
el amor no es durable, sino que se aleja
durante toda la vida
cual tributo de asombro al instante?
(1916, 1928)
II
Dormía. Aquella noche velaba mi espíritu.
Sonó un golpe. La luz se encendió.
La ventana anunciaba tormenta.
La abrí como estaba, a medio vestir .
Así es como nieva. Así murmuran los copos.
Así balbucean las bocas de signos.
Allí está el original;
aquí, la palidez de la copia.
Allí está todo en sangre;
aquí no hay sangre alguna.
Allí, iluminado, cual difunto,
por débil luz del ventanal,
limpia el alféizar con las lilas
-el frío croquis de un glaciar.
En noche ginebrina el Sur entreteje,
como en trenza de mujer meridional,
brillos de algarrobas y de albaricoques,
orquestas y barcas, y risas de olas.
Y, cual revolviendo castañas,
echa en braseros con el cogedor
bebidas de hombres,
y de las mujeres,
jarabe con luz y calor.
De cada luz llega una plática.
Y arriba, ahogándose, el olmo
el lienzo hace temblar de la marquesa
y pinta con sus ramas en la gasa.
Tú mira, ¡qué fiebre en los Alpes!
¡Qué fiel a la patria es cada paso!
¡Oh, sé bella, por favor!
¡Oh, por favor, en cada caso!
Con tu belleza matadora,
cien veces bella, más y más,
tú siempre, siempre, a todas horas,
de frialdad fundida estás.
Pues, atropina y belladona
tomando, triste, alguna vez,
igual que tú, miraré frío,
e igual que tú, «sufre» diré.
(1916)
La poesía
Poesía, te voy a jurar
y termino, estoy ronco:
tú no eres el habla melosa,
tú eres el estío en tercera clase,
tú eres arrabal, y no estribillo.
Tú eres asfixiante como mayo, Yámskaya,(1)
un reducto nocturno de Shevardino,(2)
en el que lanzan gemidos las nubes,
marchándose luego por lados distintos.
Y, doblándose en la espiral de las vías
-no el estribillo, sino el arrabal-,
se arrastran de las estaciones a sus casas,
no cantando, sino estupefactos.
Los restos de la lluvia manchan los racimos
y largo rato, hasta la aurora,
desgranan acrósticos en todos los techos,
lanzando burbujas con rima sonora.
¡Poesía, si debajo del grifo tienes
una perogrullada, vacía, cual cubo de zinc,
que siga, no obstante, fluyendo tu chorro!
¡Puesto tienes debajo el cuaderno: fluye, pues!
(1) Yámskaya:
nombre de una calle de Moscú.
(2) Shevardino: reducto del campo de batalla de Borodinó.