Joaquín Pasos. (Granada,
Nicaragua.1914 – Managua 1947). Poeta, escritor y dramaturgo nicaragüense. Enmarcado
en el movimiento del Vanguardismo en Nicaragua, cuyo poema –Canto de la guerra
de las cosas- es uno de sus textos más representativos.
Canto de guerra de
las cosas
Fratres: Existimo enim quod non sunt
condignae passiones
hujus temporis ad
furturam gloriam,
quae revelabitur in
nobis. Nam
exspectatio creaturae revelationem filorum
Dei exspectat. Vani-
tati enim creatura subjecta est non volens,
sed propter eum, qui
subjecit eam, in spe quia
et ipsa creatura
liberabitur a servitute corruptionis
in libertatem gloriae
filiorum Dei. Scimus enim
quod omnis creatura
ingemiscit et parturit usque adhuc.
PAULUS AD
ROM., 8, 18-23.
Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la
piedra,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó alguna piedra.
Vuestros hijos amarán al viejo cobre,
al hierro fiel.
Recibiréis a los antiguos metales en el
seno de vuestras familias,
trataréis al noble plomo con la decencia
que corresponde a su carácter dulce;
os reconciliaréis con el zinc dándole un
suave nombre;
con el bronce considerándolo como hermano
del oro,
porque el oro no fue a la guerra por
vosotros,
el oro se quedó, por vosotros, haciendo el
papel de niño mimado,
vestido de terciopelo, arropado, protegido
por el resentido acero…
Cuando lleguéis a viejos, respetaréis al
oro,
si es que llegáis a viejos, si es que
entonces quedó algún oro.
El agua es la única eternidad de la sangre.
Su fuerza, hecha sangre. Su inquietud,
hecha sangre.
Su violento anhelo de viento y cielo, hecho
sangre.
Mañana dirán que la sangre se hizo polvo,
mañana estará seca la sangre.
Ni sudor, ni lágrimas, ni orina
podrán llenar el hueco del corazón vacío.
Mañana envidiarán la bomba hidráulica de un
inodoro palpitante,
la constancia viva de un grifo,
el grueso líquido.
El río se encargará de los riñones
destrozados
y en medio del desierto los huesos en cruz
pedirán en vano que regrese el
agua a los cuerpos de los hombres.
Dadme un motor más fuerte que un corazón de
hombre.
Dadme un cerebro de máquina que pueda ser
agujereado sin dolor.
Dadme por fuera un cuerpo de metal y por
dentro otro cuerpo de metal
igual al del soldado de plomo que no muere,
que no te pide, Señor, la gracia de no ser
humillado por tus obras,
como el soldado de carne blanducha, nuestro
débil orgullo,
que por tu día ofrecerá la luz de sus ojos,
que por tu metal admitirá una bala en su pecho,
que por tu agua devolverá su sangre.
Y que quiere ser como un cuchillo, al que
no puede herir otro cuchillo.
Esta cal de mi sangre incorporada a mi vida
será la cal de mi tumba incorporada a mi
muerte,
porque aquí está el futuro envuelto en papel
de estaño,
aquí está la ración humana en forma de
pequeños ataúdes,
y la ametralladora sigue ardiendo de deseos
y a través de los siglos sigue fiel el amor
del cuchillo a la carne.
Y luego, decid si no ha sido abundante la
cosecha de balas,
si los campos no están sembrados de
bayonetas,
si no han reventado a su tiempo las
granadas… somos la selva que avanza.
Somos la tierra presente. Vegetal y
podrida.
Pantano corrompido que burbujea mariposas y
arco-iris.
Donde tu cáscara se levanta están nuestros
huesos llorosos,
nuestro dolor brillante en carne viva,
oh santa y hedionda tierra nuestra,
humus humanos.
Desde mi gris sube mi ávida mirada,
mi ojo viejo y tardo, ya encanecido,
desde el fondo de un vértigo lamoso
sin negro y sin color completamente ciego.
Asciendo como topo hacia el aire
que huele mi vista,
el ojo de mi olfato, y el murciélago
todo hecho de sonido.
Aquí la piedra es piedra, pero ni el tacto
sordo
puede imaginar si vamos o venimos,
pero venimos, sí, desde mi fondo espeso,
pero vamos, ya lo sentimos, en los dedos
podridos
y en esta cruel mudez que quiere cantar.
Como un súbito amanecer que la sangre
dibuja
irrumpe el violento deseo de sufrir,
y luego el llanto fluyendo como la uña de
la carne
y el rabioso corazón ladrando en la puerta.
Y en la puerta un cubo que se palpa
y un camino verde bajo los pies hasta el
pozo,
hasta más hondo aún, hasta el agua,
y en el agua una palabra samaritana
hasta más hondo aún, hasta el beso.
Del mar opaco que me empuja
llevo en mi sangre el hueco de su ola,
el hueco de su huida,
un precipicio de sal aposentada.
Si algo traigo para decir, dispensadme,
en el bello camino lo he olvidado. Por un
descuido me comí la espuma, perdonadme, que vengo enamorado.
Detrás de ti quedan ahora cosas
despreocupadas, dulces.
Pájaros muertos, árboles sin riego.
Una hiedra marchita. Un olor de recuerdo.
No hay nada exacto, no hay nada malo ni
bueno,
y parece que la vida se ha marchado hacia
el país del trueno.
Tú, que vista en un jarrón de flores el
golpe de esta fuerza,
tú, la invitada al viento en fiesta,
tú, la dueña de una cotorra y un coche de
ágiles ruedas, sobre la verja
tú que miraste a un caballo del tiovivo
y quedar sobre la grama como esperando que
lo montasen los niños de la escuela, asiste ahora, con ojos pálidos, a esta
naturaleza muerta.
Los frutos no maduran en este aire dormido
sino lentamente, de tal suerte que parecen
marchitos,
y hasta los insectos se equivocan en esta
primavera sonámbula, sin sentido.
La naturaleza tiene ausente a su marido.
No tienen ni fuerzas suficientes para morir
las semillas del cultivo
y su muerte se oye como el hilito de sangre
que sale de la boca del hombre herido. Rosas solteronas, flores que parecen
usadas en la fiesta del olvido,
débil olor de tumbas, de hierbas que mueren
sobre mármoles inscritos.
Ni un solo grito. Ni siquiera la voz de un
pájaro o de un niño
o el ruido de un bravo asesino con su
cuchillo.
¡Qué dieras hoy por tener manchado de
sangre el vestido!
¡Qué dieras por encontrar habitado algún
nido!
¡Qué dieras porque sembraran en tu carne un
hijo!
Por fin, Señor de los Ejércitos, he aquí el
dolor supremo.
He aquí, sin lástimas, sin subterfugios,
sin versos,
el dolor verdadero.
Por fin, Señor, he aquí frente a nosotros
el dolor parado en seco.
No es un dolor por los heridos ni por los
muertos,
ni por la sangre derramada ni por la tierra
llena de lamentos
ni por las ciudades vacías de casas ni por
los campos llenos de huérfanos.
Es el dolor entero.
No puede
haber lágrimas ni duelo
ni palabras
ni recuerdos,
pues nada
cabe ya dentro del pecho.
Todos los
ruidos del mundo forman un gran silencio.
Todos los
hombres del mundo forman un solo espectro.
En medio de
este dolor, ¡soldado!, queda tu puesto
vacío o
lleno.
Las vidas
de los que quedan están con huecos,
tienen
vacíos completos,
como si se
hubieran sacado bocados de carne de sus cuerpos.
Asómate a
este boquete, a éste que tengo en el pecho,
para ver
cielos e infiernos.
Mira mi
cabeza hendida por millares de agujeros:
A través
brilla un sol blanco, a través un astro negro.
Toca mi
mano, esta mano que ayer sostuvo un acero:
¡Puedes
pasar en el aire, a través de ella, tus dedos!
He aquí la
ausencia del hombre, fuga de carne, de miedo,
días,
cosas, almas, fuego.
Todo se
quedó en el tiempo. Todo se quemó allá lejos.
excelente!!!!!
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