Entre las sombras interiores de la casa, entre los pequeños objetos viejos
como la memoria… En medio de una isla que ha quedado a la deriva, con una
testarudez ibérica, un hombre se afana en “nombrar
las cosas”... Eliseo Diego, su solo nombre de profeta, nos envuelve en un
hechizo fuera del tiempo. Se nos escapa como el equilibrista, pero es solo un acto más de su hipnotismo. No se
ha movido ni un palmo de su poltrona (Nunca me imagine al poeta caminando por
la calzada de Jesús del monte...) El
humo de su pipa ha recreado otra vez la fantasía. Vivirá dentro de la baraja
española? Será él, el rey de oros?
A mi generación
dentro de Cuba, fue el personaje de la cultura más enigmático de todos. Nos
parecía irreal, como el gato de Cheshire, que aparecía y desaparecía a
voluntad. Nunca con la voluntad forzada del héroe, sino con la fineza de un
mago que sabe entrar y salir a dimensiones que quedan vedadas para nosotros –el
común los mortales.
Cuando tenía 17
años, coleccionaba todos sus libros, eran para mí el más preciado tesoro. Era
aquella edad, en la que la niñez va quedando atrás para siempre, y precisamente
fue en esos momentos en que la literatura de Eliseo, llegaba como un hermoso
canto desde los ojos del niño que él mismo nunca dejó de ser. Luego en varias
ocasiones coincidí con su figura ensimismada y envuelta en sabe Dios qué
meditaciones, en la sala de la biblioteca nacional, en la Habana. Por entonces
me decía a mí mismo: todo está bien.
Nunca olvido
aquella mañana de marzo de 1994 en que llegaba en bicicleta a la vieja casa de
familia, donde mi hermano –sabiendo mi admiración por el poeta, me
recibió con la triste e inesperada noticia: murió Eliseo Diego...
El general a veces nos decía
El
general a veces nos decía
extendiendo sus manos transparentes:
"así fue que lo vimos aquel día
en la tranquila lluvia indiferente
sobre el negro caballo memorable".
Suavizaba la sombra del alero
su camisa de nieve irreprochable
y el arco duro del perfil severo.
Y mientras en el patio de azul fino
cercana renacía la tristeza
del platanal con sus nocturnos roces,
más allá de las palmas y el camino,
limpiamente ceñida su pobreza,
pasaban en silencio nuestros dioses.
"así fue que lo vimos aquel día
en la tranquila lluvia indiferente
sobre el negro caballo memorable".
Suavizaba la sombra del alero
su camisa de nieve irreprochable
y el arco duro del perfil severo.
Y mientras en el patio de azul fino
cercana renacía la tristeza
del platanal con sus nocturnos roces,
más allá de las palmas y el camino,
limpiamente ceñida su pobreza,
pasaban en silencio nuestros dioses.
El oscuro esplendor
Juega el niño con unas
pocas piedras inocentes
en el cantero gastado
y roto
como paño de vieja.
Yo pregunto:
qué irremediable catástrofe separa
sus manos de mi frente
de arena,
su boca de mis ojos
impasibles.
Y suplico
al menudo señor que
sabe conmover
la tranquila tristeza
de las flores, la sagrada
costumbre
de los árboles dormidos.
Sin quererlo
el niño distraídamente
solitario empuja
la domada furia de las
cosas, olvidando
el
oscuro esplendor que me ciega y él desdeña.
No es más
Un poema no es más
que una conversación en la penumbra
del horno viejo, cuando ya
todos se han ido, y cruje
afuera el hondo bosque; un poema
no es más que unas palabras
que uno ha querido, y cambian
de sitio con el tiempo, y ya
no son más que una mancha,
una esperanza indecible;
un poema no es más
que la felicidad, que una conversación
en la penumbra, que todo
cuanto se ha ido, y ya
es
silencio.
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