viernes, 6 de septiembre de 2019

Fernando Pessoa - Poesía


“Toda mi vida gira en torno a mi obra literaria, buena o mala, lo que sea, lo que pueda ser. Todos (…) tienen que convencerse de que soy así, de que exigirme sentimientos —que considero muy dignos, dicho sea de paso— de un hombre común y corriente es como exigirme que sea rubio y con los ojos azules”.
Fernando Pessoa (Lisboa 1888 – ibídem 1935) Poeta y escritor portugués destaca por sus “heterónimos”: Especialistas de su obra creen contar alrededor de 350:  <<Alberto Caeiro>>, <<Alexander Search>>, <<Ricardo Reis>> y <<Álvaro de Campos>> entre otros...





Esto


 Dicen que pretendo o miento
En cuanto escribo. No hay tal cosa.
Simplemente
Siento imaginando.
No uso las cuerdas del corazón.
Todo cuanto sueño o pierdo,
Que pronto cae o muere en mí,
Es como una terraza que mira
Hacia otra cosa más allá.
Esa cosa me arrastra.
Y así escribo en medio
De las cosas no junto a mis pies,
Libre de mi propia confusión,
preocupado por cuanto no es.
¿Sentir? ¡Dejemos al lector sentir!

Como si cada beso


Como si cada beso
Fuera de despedida,
Cloe mía, besémonos, amando.
Tal vez ya nos toque
En el hombro la mano que llama
A la barca que no viene sino vacía;
Y que en el mismo haz
Ata lo que fuimos mutuamente
Y la ajena suma universal de la vida.


Nada queda de nada. Nada somos

Nada queda de nada. Nada somos.
Al sol y al aire libre, un poco, nos atrasamos
Por lo irrespirable de la tiniebla que pesa sobre nosotros,
Por lo húmedo de esta tierra impuesta.
Cadáveres aplazados que procrean.
Leyes decretadas, estatuas vistas, odas ya escritas –
Todo tiene su color. Si nosotros, carne
Al que un íntimo sol brinda sangre, tendremos
Un ocaso, ¿por qué no ellas?
Somos cuentos contando cuentos, nada.

Trapo


El día ha desembocado en lluvia. 
La mañana, con todo, estaba bastante azul. 
El día ha sido lluvioso. 
Desde la mañana he estado un poco triste. 
¿Anticipación? ¿Tristeza? ¿Ninguna de las dos?
No sé: desde que me acuerdo ya estaba triste. 
El día estuvo lluvioso.
Bien sé que la penumbra creada por la lluvia es elegante. 
Bien sé que el sol oprime, por ser tan ordinario, al elegante. 
Bien sé que ser susceptible a los cambios de luz no es muy elegante. 
Más ¿quién le dijo al sol o a cualquier otro que yo quiero ser elegante?
Denme un cielo azul, un sol visible. 
Niebla, lluvia, oscuridades –eso ya tengo en mí mismo. 
Hoy sólo quiero sosiego. 
Hasta añoraría mi hogar, si no tuviese uno. 
Hasta llego a soñar con tener deseos de sosiego. 
¡No exageremos!
Sólo tengo sueño, sin necesidad de explicación. 
El día está lluvioso.
¿Cariños? ¿Afectos? Son sólo memorias…
Es preciso ser un niño para tener algo así…
¡Mi madrugada perdida, mi cielo azul y verdadero!
El día está siendo lluvioso.
La linda boca de la hija del casero,
Pulpa de fruta de un corazón a punto de ser devorado…
¿Cuándo fue eso?  No lo sé…
En el azul de la mañana…
El día será siempre lluvioso.

Si muero joven


   Si muero joven
Sin poder publicar libro alguno,
Sin ver la cara que tienen mis versos en letra impresa,
Pido que, si alguien se quiera preocupar por mi causa,
Que no se preocupe.
Si así sucedió es que así tenía que suceder.
Aunque mis versos nunca se publiquen
Ellos allá tendrán su belleza, si son bellos,
Pero ellos no pueden ser bellos y quedar sin imprimir,
Porque las raíces pueden estar debajo de la tierra
Pero las flores florecen al aire libre y a la vista.
Tiene que ser así por fuerza. Nada lo puede impedir.
Si muero muy joven, escuchen esto:
No fui nunca más que un infante que brincaba. 
Fui gentil como el sol y el agua,
Profesé una religión universal que sólo los hombres no tienen.
Fui feliz porque no pedí cosa alguna,
Ni procuré creer en nada,
Ni creí que hubiese otra explicación
Más allá de que la palabra explicación no tiene sentido alguno.
No deseé nada sino estar al sol o a la lluvia
Al sol cuando había sol
Y a la lluvia cuando estaba lloviendo
(Y nunca a ninguna otra cosa),
Sentir calor y frío y viento,
Y no pretender ir más lejos.
Una vez amé, pensando que me amarían,
Pero no fui amado. 
No fui amado por una única razón inmensa – 
Porque no tenía que serlo.
Me consolé girándome hacia el sol y a la lluvia,
Y sentándome otra vez a la puerta de mi casa. 
Los campos, a fin de cuentas, no son tan verdes para quienes son amados
Como para quienes no lo son. 
Sentir es estar distraído.

Autopsicografía


El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
Que hasta finge que es dolor
El dolor que verdaderamente siente.
Y los que leen lo que escribe
En el dolor leído sienten duro,
No los dos dolores que él tuvo,
Sino sólo el que ellos no tienen.
Es así como en los palos de la rueda
Gira, distrayendo a la razón
Ese juguete de cuerda
Que se llama corazón.

XLVII 
-El guardador de rebaños- 
(En un día excesivamente nítido)
 
En un día excesivamente nítido, 
Día en el que quiso la voluntad haber trabajado mucho
Para luego no trabajar nada en él,
Entrevi, como una avenida a través de los árboles,
Lo que tal vez sea el Gran Secreto,
Aquel Gran Misterio del que los poetas hablan.
Vi que no hay Naturaleza.
Que la Naturaleza no existe. 
Que hay montes, valles, planicies,
Que hay árboles, flores, hierbas,
Que hay ríos y piedras,
Pero que no hay un todo al que todo eso pertenezca,
Que un conjunto real y verdadera de las cosas
Es una dolencia de nuestras ideas. 
 
La Naturaleza es partes sin un todo.
Esto es tal vez el tal misterio del que hablan.
Esto fue lo que sin pensar ni parar
Acerté que debía ser la verdad
Que todos quieren creer y que no creen
Y que sólo yo, porque no quiero creer, creo.




lunes, 2 de septiembre de 2019

Poesía, Boris Pasternak.

Boris Pasternak (Moscú, 1890 – Peredelkino, cerca de Moscú,1960) poeta, pintor y novelista ruso. Pasternak es uno de los cuatro poetas más destacados, en la primera mitad del siglo XX, con sus amigos Anna Ajmatova, Marina Tsevetayeva y Osip Mandelstam, estuvieron sometidos a una vida de persecución política por las autoridades soviéticas. En la década del 30’ se le acusa de “subjetividad” (en lo que se llamó “La gran Purga”); aunque consiguió escapar del Gulag. En 1958 es galardonado con el Premio Nobel de Literatura.






Hay que vivir sin imposturas


Hay que vivir sin imposturas
Vivir de modo que con el tiempo
Nos lleguemos a ganar el amor del espacio,
y oigamos la voz del futuro.

Hay que dejar blancos
En el destino y no en el papel
y en los márgenes anotar
Pasajes y capítulos de la vida entera.

Debemos sumirnos en el anónimo
Y ocultar en él nuestros pasos
Tal como se oculta el paisaje
Tras una niebla espesa.

Otros siguiendo tus huellas, frescas
Recorrerán tu camino palmo a palmo,
Pero tú mismo no debes distinguir
La derrota de la victoria
No debes renunciar ni a una brizna de ti mismo.


Tú debes estar vivo.
Solamente vivir
Hasta el final.




Fragmentos del poema

(Fragmentos, I y II)

I

Yo he amado también, y el aliento
del insomnio, temprano, temprano,
desde el parque bajaba al barranco,
y en tinieblas,
salía en volandas hacia un archipiélago
de calveros cubiertos de niebla felpuda,
de menta, de ajenjo y codornices.
Y allí acrecentaba su peso el amor,
me embriagaba cual ala que toca el disparo,
caía en el aire, temblaba de fiebre,
y como el rocío cubría los campos.

Allí me encontraba la aurora. Hasta las dos
brillaban riquezas del cielo infinito.
Los gallos, entonces, temían las sombras.
Trataban de ocultar sus temores,
mas de sus gargantas salían bombas de fogueo,
y el espanto les daba una voz de falsete.
Se apagaban las constelaciones. Como hecho de encargo,
por el claro asomaba un pastor
con cara de apagaluces de saltones ojos.

Yo he amado también. Y ella, por ahora,
quizás viva aún. Pasará algún tiempo,
y algo grande, cual otoño, un día
(tal vez no mañana, más tarde,
cuando sea)
se encenderá sobre la vida como un resplandor,
apiadándose de la espesura. De la luz de los charcos,
que se mueren de sed como ranas. Del temblor leporino
de los prados, cuya oreja recubre la estera
de hojarasca del año anterior. Del ruido,
que semeja un falso oleaje de vida pasada.
Yo he amado también, y lo sé: lo mismo que campos mojados
vemos siempre al comienzo del año,
cada pecho mantiene en su fondo
un febril amor a mundos nuevos.

Yo he amado también, y ella aún vive.
Y lo mismo, patinando en tempranos comienzos,
permanecen los tiempos,
y se esfuman detrás del instante.
Esta linde es hoy, como antes, muy fina.
Como antes,
el pasado remoto parece reciente.
Como antes,
apartado de los testimonios,
enloquece el ayer, simulando ignorar
que no es ya nuestra casa de hogaño.
¿Es esto Posible? ¿Es decir, que, en efecto,
el amor no es durable, sino que se aleja
durante toda la vida
cual tributo de asombro al instante?

(1916, 1928)

II

Dormía. Aquella noche velaba mi espíritu.
Sonó un golpe. La luz se encendió.
La ventana anunciaba tormenta.
La abrí como estaba, a medio vestir .

Así es como nieva. Así murmuran los copos.
Así balbucean las bocas de signos.
Allí está el original;
aquí, la palidez de la copia.
Allí está todo en sangre;
aquí no hay sangre alguna.

Allí, iluminado, cual difunto,
por débil luz del ventanal,
limpia el alféizar con las lilas
-el frío croquis de un glaciar.

En noche ginebrina el Sur entreteje,
como en trenza de mujer meridional,
brillos de algarrobas y de albaricoques,
orquestas y barcas, y risas de olas.

Y, cual revolviendo castañas,
echa en braseros con el cogedor
bebidas de hombres,
y de las mujeres,
jarabe con luz y calor.

De cada luz llega una plática.
Y arriba, ahogándose, el olmo
el lienzo hace temblar de la marquesa
y pinta con sus ramas en la gasa.

Tú mira, ¡qué fiebre en los Alpes!
¡Qué fiel a la patria es cada paso!
¡Oh, sé bella, por favor!
¡Oh, por favor, en cada caso!

Con tu belleza matadora,
cien veces bella, más y más,
tú siempre, siempre, a todas horas,
de frialdad fundida estás.

Pues, atropina y belladona
tomando, triste, alguna vez,
igual que tú, miraré frío,
e igual que tú, «sufre» diré.

(1916)


La poesía


Poesía, te voy a jurar
y termino, estoy ronco:
tú no eres el habla melosa,
tú eres el estío en tercera clase,
tú eres arrabal, y no estribillo.

Tú eres asfixiante como mayo, Yámskaya,(1)
un reducto nocturno de Shevardino,(2)
en el que lanzan gemidos las nubes,
marchándose luego por lados distintos.

Y, doblándose en la espiral de las vías
-no el estribillo, sino el arrabal-,
se arrastran de las estaciones a sus casas,
no cantando, sino estupefactos.

Los restos de la lluvia manchan los racimos
y largo rato, hasta la aurora,
desgranan acrósticos en todos los techos,
lanzando burbujas con rima sonora.

¡Poesía, si debajo del grifo tienes
una perogrullada, vacía, cual cubo de zinc,
que siga, no obstante, fluyendo tu chorro!
¡Puesto tienes debajo el cuaderno: fluye, pues!


(1) Yámskaya: nombre de una calle de Moscú.
(2) Shevardino: reducto del campo de batalla de Borodinó.





domingo, 1 de septiembre de 2019

Jaime Sabines


Jaime Sabines: Yo quería hacer una poesía lo más independiente de las palabras, que resistiera cualquier traducción y es a través de la prosa, -cuyo ritmo es el que más se acerca al de la sangre- donde se consigue mejor.
(Chiapas, 1926 – Ciudad de México, 1999) fue un poeta y político mexicano, considerado como uno de los más grandes poetas mexicanos del siglo XX.





¿Qué putas puedo?



¿Qué putas puedo hacer con mi rodilla,
con mi pierna tan larga y tan flaca,
con mis brazos, con mi lengua,
con mis flacos ojos?
¿Qué puedo hacer en este remolino
de imbéciles de buena voluntad?
¿Qué puedo con inteligentes podridos
y con dulces niñas que no quieren hombre sino poesía?
¿Qué puedo entre los poetas uniformados
por la academia o por el comunismo?
¿Qué, entre vendedores o políticos
o pastores de almas?
¿Qué putas puedo hacer, Tarumba,
si no soy santo, ni héroe, ni bandido,
ni adorador del arte,
ni boticario,
ni rebelde?
¿Qué puedo hacer si puedo hacerlo todo
y no tengo ganas sino de mirar y mirar?


Me dueles


Mansamente, insoportablemente, me dueles.
Toma mi cabeza. Córtame el cuello.
Nada queda de mí después de este amor.

Entre los escombros de mi alma, búscame,
escúchame.
En algún sitio, mi voz sobreviviente, llama,
pide tu asombro, tu iluminado silencio.

Atravesando muros, atmósferas, edades,
tu rostro (tu rostro que parece que fuera cierto)
viene desde la muerte, desde antes
del primer día que despertara al mundo.

¡Qué claridad de rostro, qué ternura
de luz ensimismada,
qué dibujo de miel sobre hojas de agua!

Amo tus ojos, amo, amo tus ojos.
Soy como el hijo de tus ojos,
como una gota de tus ojos soy.
Levántame. De entre tus pies levántame, recógeme,
del suelo, de la sombra que pisas,
del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños.
Levántame. Porque he caído de tus manos
y quiero vivir, vivir, vivir.



Después de todo


Después de todo -pero después de todo-
sólo se trata de acostarse juntos,
se trata de la carne,
de los cuerpos desnudos,
lámpara de la muerte en el mundo.

Gloria degollada, sobreviviente
del tiempo sordomudo,
mezquina paga de los que mueren juntos.

A la miseria del placer, eternidad,
condenaste la búsqueda, al injusto
fracaso encadenaste sed,
clavaste el corazón a un muro.

Se trata de mi cuerpo al que bendigo,
contra el que lucho,
el que ha de darme todo
en un silencio robusto
y el que se muere y mata a menudo.

Soledad, márcame con tu pie desnudo,
aprieta mi corazón como las uvas
y lléname la boca con su licor maduro.


El peatón


Se dice, se rumora, afirman en los salones, en las fiestas, alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un gran poeta. O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero realmente, un poeta.
Le llega la noticia a Jaime y éste se alegra: ¡qué maravilla! ¡Soy un poeta! ¡Soy un poeta importante! ¡Soy un gran poeta!
Convencido, sale a la calle, o llega a la casa, convencido. Pero en la calle nadie, y en la casa menos: nadie se da cuenta de que es un poeta. ¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente, o un resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas?
¡Dios mío!, dice Jaime. Tengo que ser papá o marido, o trabajar en la fábrica como otro cualquiera, o andar, como cualquiera, de peatón.
¡Eso es!, dice Jaime. No soy un poeta: soy un peatón.

Y esta vez se queda echado en la cama con una alegría dulce y tranquila.



Vamos a guardar este día


Vamos a guardar este día
entre las horas, para siempre,
el cuarto a oscuras,
Debussy y la lluvia,
tú a mi lado, descansando de amar.
Tu cabellera en que el humo de mi cigarrillo
flotaba densamente, imantado, como una mano
acariciando.
Tu espalda como una llanura en el silencio
y el declive inmóvil de tu costado
en que trataban de levantarse,
como de un sueño, mis besos.

La atmósfera pesada
de encierro, de amor, de fatiga,
con tu corazón de virgen odiándome y odiándote.
Todo ese malestar del sexo ahíto,
esa convalecencia en que nos buscaban los ojos
a través de la sombra para reconciliarnos.
Tu gesto de mujer de piedra,
última máscara en que a pesar de ti te refugiabas,
domesticabas tu soledad.
Los dos, nuevos en el alma, preguntando por qué.
Y más tarde tu mano apretando la mía,
cayéndose tu cabeza blandamente en mi pecho,
y mis dedos diciéndole no sé qué cosas a tu cuello.
Vamos a guardar este día
entre las horas para siempre.





Premio Diogenes de Poesía, México 2024. Título: "En medio del tiempo de la espera" Autor: Alexis Rosendo Fernández.

  En medio del tiempo de la espera                                                                                            Para Suren, ...