Libertad. Basta!!!
viernes, 12 de agosto de 2022
miércoles, 10 de agosto de 2022
Para Radha, mi hija. De "Flores silvestres".
Paisaje corriente
(Para Radha, mi hija)
Danza la brizna.
¡Ah!
Entre copos vacíos;
cerca del arbolito...
¡Mira!
Qué bonito compás.
Qué amena nube
como ceniza
de calvario en que se pierden las horas...
Por la virtual cosecha
donde mi voz se
apaga
entre las leves letras de oh,
pálido poema.
Cosecha de destinos, de señales.
Enfrascado marsupial
entre la sombra
de la piedra dormida.
Odio
de mariposas en el junco
bifurcado...
¡Mira!
Qué bonito,
allá en la distancia,
donde se desangra el cielo...
Con esa mueca ciega,
como alivio
en vilo.
domingo, 9 de enero de 2022
Enrique Lihn, poemas...
Porque escribí
Ahora que quizás, en un año
de calma,
piense: la poesía me sirvió para esto:
no pude ser feliz, ello me fue negado,
pero escribí.
Escribí: fui la víctima
de la mendicidad y el orgullo mezclados
y ajusticié también a unos pocos lectores;
tendí la mano en puertas que nunca, nunca he visto;
una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies.
Pero escribí: tuve esta rara
certeza,
la ilusión de tener el mundo entre las manos
—¡qué ilusión más perfecta! como un cristo barroco
con toda su crueldad innecesaria—
Escribí, mi escritura fue como la maleza
de flores ácimas pero flores en fin,
el pan de cada día de las tierras eriazas:
una caparazón de espinas y raíces
De la vida tomé todas estas
palabras
como un niño oropel, guijarros junto al río:
las cosas de una magia, perfectamente inútiles
pero que siempre vuelven a renovar su encanto.
La especie de locura con que
vuela un anciano
detrás de las palomas imitándolas
me fue dada en lugar de servir para algo.
Me condené escribiendo a que todos dudarán
de mi existencia real,
(días de mi escritura, solar del extranjero).
Todos los que sirvieron y los que fueron servidos
digo que pasarán porque escribí
y hacerlo significa trabajar con la muerte
codo a codo, robarle unos cuantos secretos.
En su origen el río es una veta de agua
—allí, por un momento, siquiera, en esa altura—
luego, al final, un mar que nadie ve
de los que están braceándose la vida.
Porque escribí fui un odio vergonzante,
pero el mar forma parte de mi escritura misma:
línea de la rompiente en que un verso se espuma,
yo puedo reiterar la poesía.
Estuve enfermo, sin lugar a
dudas
y no sólo de insomnio,
también de ideas fijas que me hicieron leer
con obscena atención a unos cuantos psicólogos,
pero escribí y el crimen fue menor,
lo pagué verso a verso hasta escribirlo,
porque de la palabra que se ajusta al abismo
surge un poco de oscura inteligencia
y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados.
Porque escribí no estuve en
casa del verdugo
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como escribiente
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucié las manos
ni fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo.
Pero escribí y me muero por
mi cuenta,
porque escribí porque escribí estoy vivo.
Monologo de un Padre con su Hijo de meses.
Nada se pierde con vivir, ensaya:
aquí tienes un cuerpo a tu medida
Lo hemos hecho en sombra por amor a las artes de la carne
pero también en serio
pensando en tu visita como en un nuevo juego gozoso y doloroso;
por amor a la vida, por temor a la muerte y a la vida,
por amor a la muerte
para ti o para nadie.
Eres tu cuerpo, tómalo, haznos ver que te
gusta como a nosotros este doble regalo que
te hemos hecho y que nos hemos hecho.
Cierto, tan sólo un poco del vergonzante barro original,
la angustia y el placer en un grito de impotencia.
Ni de lejos un pájaro que se abre en la belleza del huevo,
a plena luz, ligero y jubiloso, sólo un hombre:
la fiera vieja del nacimiento, vencida por las moscas, babeante y rebosante.
Pero vive y verás el monstruo que eres con
benevolencia
abrir un ojo y otro así de grandes,
encasquetarse el cielo, mirarlo todo como por adentro,
preguntarle a las cosas por sus nombres
reír con lo que ríe,
llorar con lo que llora,
tiranizar a gatos y conejos.
Nada se pierde con vivir, tenemos todo el
tiempo del tiempo por delante
para ser el vacío que somos en el fondo.
Y la niñez, escucha:
no hay loco más feliz que un niño cuerdo
ni acierta el sabio como un niño loco.
Todo lo que vivimos lo vivimos ya a los diez años más intensamente;
los deseos entonces se dormían los unos en los otros.
Venía el sueño a cada instante,
el sueño que restablece en todo el perfecto desorden
a rescatarte de tu cuerpo y tu alma;
allí en ese castillo movedizo eras el rey, la reina, tus secuaces, el bufón que
se ríe de sí mismo,
los pájaros, las fieras melodiosos.
Para hacer el amor allí estaba tu madre
y el amor era el beso de otro mundo en la frente,
con que se reanima a los enfermos,
una lectura a media voz,
la nostalgia de nadie y nada que nos da la música.
Pero pasan los años por los años y he aquí
que eres ya un adolescente.
Bajas del monte como Zaratustra a luchar por el hombre contra el hombre:
grave misión que nadie te encomienda;
en tu familia inspiras desconfianza,
hablas de Dios en un tono sarcástico, llegas a casa al otro día, muerto.
Se dice que enamoras a una vieja, te han visto dando saltos en el aire,
prolongas tus estudios con estudios de los que se resiente tu cabeza.
No hay alegría que te alegre tanto como caer de golpe en la tristeza
ni dolor que te duela tan a fondo como el placer de vivir sin objeto.
Grave edad, hay algunos que se matan porque no pueden soportar la muerte,
quienes se entregan a una causa injusta en su sed sanguinaria de justicia.
Los que más bajo caen son los grandes,
a los pequeños les perdemos el rumbo.
En el amor se traicionan todos,
el amor es el padre de sus vicios.
Si una mujer se enternece contigo le exigirás te siga hasta la tumba,
que abandone en el acto a sus parientes,
que instale en otra parte su negocio.
Pero llega el momento fatalmente en que tu juventud
te da la espalda
y por primera vez su rostro inolvidable en tanto huye de ti que la persigues a
salto de ojo,
inmóvil, en una silla negra.
Ha llegado el momento de hacer algo parece que te dice todo el mundo
y tu dices que sí, con la cabeza.
En plena decadencia metafísica caminas ahora con una libretita de direcciones
en la mano,
impecablemente vestido,
con la modestia de un hombre joven que se abre paso en la vida,
dispuesto a todo.
El esquema que te hiciste de las cosas hace aire y se hunde en el cielo
dejándolas a todas en su sitio.
De un tiempo a esta parte te mueves entre ellas como un pez en el agua.
Vives de lo que ganas, ganas lo que mereces, mereces lo que vives:
eres, por fin, un hombre entre los hombres.
Y así llegas a viejo como quien vuelve a su
país de origen después de un viaje interminable corto de revivir, largo de
relatar,
te espera en ti la muerte, tu esqueleto con los brazos abiertos,
pero tu la rechazas por un instante,
quieres mirarte larga y sucesivamente en el espejo que se pone opaco.
Apoyado en lejanos transeúntes vas y vienes de negro,
al trote, conversando contigo mismo a gritos, como un pájaro.
No hay tiempo que perder, eres el último de tu generación en apagar el sol y
convertirte en polvo.
No hay tiempo que perder en este mundo
embellecido por su fin tan próximo.
Se te ve en todas partes dando vueltas en torno a cualquier cosa como en
éxtasis.
De tus salidas a la calle vuelves con los bolsillos llenos de tesoros absurdos:
guijarros, florecillas.
Hasta que un día ya no puedes luchar a muerte con la muerte y te entregas a
ella, a un sueño sin salida, más blanco cada vez, sonriendo, sollozando como un
niño de pecho.
Nada se pierde con vivir, ensaya: aquí tienes
un cuerpo a tu medida,
lo hemos hecho en la sombra por amor a las artes de la carne pero también en
serio,
pensando en tu visita
para ti o para nadie.
La musiquilla de las pobres esferas
Puede
que sea cosa de ir tocando
la musiquilla de las pobres esferas.
Me cae mal esa Alquimia del Verbo,
poesía, volvamos a la tierra.
Aquí en París se vive de silencio
lo que tú dices claro es cosa muerta.
Bien si hablas por hablar, “a lo divino”,
mal si no pasas todas las fronteras.
Digan, al fin y al cabo, lo que quieran:
en la profundidad de la ignorancia
suena una musiquilla verdadera;
sus auditores fueron en Babel
los que escaparon a la confusión de las lenguas,
gente anodina de los pisos bajos
con un poco de todo en la cabeza;
y el poeta más loco que sagrado
pero con una locura con su cuerda
capaz de darle cuerda a la alegría,
capaz de darle cuerda a la tristeza.
No se dirige a nadie el corazón
pero la que habla sola es la cabeza;
no se habla de la vida desde un púlpito
ni se hace poesía en bibliotecas.
Después de todo, ¿para qué leernos?
La musiquilla de las pobres esferas
suena por donde sopla el viento amargo
que nos devuelve, poco a poco, a la tierra,
el mismo que nos puso un día en pie
pero bien al alcance de la huesa.
Y en ningún caso en lo alto del coro,
Bizancio fue: no hay vuelta.
Puede que sea cosa de ir
pensando
en escuchar la musiquilla eterna.
(...) La primera vez que vi a Enrique Lihn fue el año 1959, en la casa que tenía Nicanor Parra en la Reina, en la parte alta de Santiago. Tres o cuatro estudiantes de la Universidad de Chile llegamos hasta ahí, invitados por el antipoeta. Lo que mejor recuerdo de esa reunión es la actitud inquietantemente ambigua de Enrique, que a ratos parecía hosco y malhumorado y a ratos celebraba a carcajadas las ocurrencias de Nicanor. Al anochecer regresamos juntos en un autobús, sentados todos en el largo asiento trasero. Traté de entablar un diálogo con él, pero había adoptado una actitud de indiferencia total hacia nosotros y respondía con monosílabos o con gruñidos. Era una situación tan incómoda, que cuando Enrique se bajó de la micro todos respiramos aliviados. “Qué tipo más pesado”, dijo uno de mis compañeros. Ésa era la imagen que mucha gente tenía de él. Con el tiempo descubriría que detrás de esa expresión suya de estar siempre oliendo algo desagradable se escondían una gran ternura y una enorme generosidad.
Unos diez años después yo estaba en Arica, en el casino de la universidad, conversando con unos colegas. Alguien se acercó y me dijo: “Te llaman por teléfono. Es un señor Lynch”. Pero no era “un señor Lynch”, sino el mismísimo Enrique Lihn. Había llegado de Santiago con el fin de cruzar la frontera con Perú, para tomar un vuelo a Arequipa, donde debía asistir a un Encuentro de Escritores. Yo mismo lo llevé en mi jeep. Para sorpresa de todos, en el aeropuerto de Tacna nos topamos con Mario Vargas Llosa y Jorge Edwards que venían llegando de Arequipa y acababan de desembarcar del mismo avión que iba a abordar Enrique.
Durante los días que pasó en Arica descubrí una dimensión suya completamente insospechada para mí: su gran afecto por los niños. “¿Qué será de los niños que fuimos?”, pregunta en uno de sus poemas. A veces pienso que Enrique buscaba al niño perdido que él mismo fue alguna vez. Mucho tiempo después, y ya con cincuenta y ocho años a cuestas, Enrique Lihn el bohemio, el poeta maldito, me preguntaría a boca de jarro: “¿Sabes cuál es mi sueño dorado?” “No. No sé”. “Tener una familia. Casarme y tener un par de niños chicos”.(...)
( www.revistaaltazor.cl/enrique-lihn-3/ )
sábado, 18 de septiembre de 2021
Textos breves: Alexis Rosendo Fernández
Pero no era nadie
Oí un sonar de aguas
en la oscuridad de la tierra.
Como rallaban sueños
y
corrían gustosas
sobre el hierro y las piedras…
En la oscuridad,
oí un gastarse lento y abundoso.
Pero no era nadie
lavándose las manos.
Veré la luz
Veré la luz y la niebla.
Siempre me abrazarán
sonidos nuevos,
inesperados.
Aquí la luz
es ténue,
esforzada;
a veces
las luciérnagas bailan.
Y juegan a ser
estrellas.
En solitario
No hay riesgos
En la hora develada
Ni en la ortiga
Espigada,
Si
En la piedra fría…
Donde
Acoso tu recuerdo.
Cuerpo a cuerpo.
Parecen
Parecen volver e irse
como en un juego.
Andar
dentro y fuera de Universo.
Parecen góndolas mágicas,
estrellas
viajeras.
Parecen volver e irse,
vomitando fuego,
creando el rito
de las imagenes.
Palpo a tientas,
ciego en la
terrible
oscuridad de las voces.
Que vienen
y van.
Parecen viajeras incansables…
sábado, 27 de febrero de 2021
El subconsciente en la piel: Los dibujos de un poeta.
sábado, 21 de noviembre de 2020
Yo soy un hombre en el vacío... PAUL ELUARD.
Paul Eluard (Eugène-Émile-Paul Grinde), Francia 1895-1952. Destacado y original poeta francésde la escuela surrealista y dadaísta. Contemporáneo de Tristan Tzara; traba amistad con Louis de Aragón y André Breton en 1918. Publica en 1924, en medio de una crisis de dolor personal, enfermedad y desolación “L'Amour la poésie”. Su segundo libro “Capitale de la douleur” publicado en 1926 lo coloca como poeta de primera línea. Después de conocer a Salvador Dalí. Entre otras publicaciones, lo sorprende una muerte prematura, dejando su póstuma colección de poemas “Le Phénix”, dedicado a Dominique –su último amor.
La muerte, el amor, la vida...
Creí que me rompería lo inmenso lo profundo.
Con mi pena desnuda, sin contacto, sin eco,
me tendí en mi prisión de puertas vírgenes
como un muerto sensato que había sabido morir.
Un muerto coronado sólo de su nada...
Me tendí sobre las olas absurdas del verano
absorbido por amor a la ceniza.
La soledad me pareció más viva que la sangre.
Quería desunir la vida,
quería compartir la muerte con la muerte,
entregar mi corazón vacío a la vida
borrarlo todo, que no hubiera ni vidrio ni vaho...
Nada delante, nada detrás, nada entero.
Había eliminado el hielo de las manos juntas,
había eliminado la osamenta invernal
del voto de vivir que se anula.
Tú viniste y se reanimó el fuego,
cedió la sombra el frío,
aquí abajo se llenó de estrellas
y se cubrió la tierra.
De tu carne clara me sentí ligero...
Viniste, la soledad fue vencida,
tuve una guía sobre la tierra y supe
dirigirme, me sabía sin medida,
adelantaba ganaba tierra y espacio.
Iba sin fin hacia la luz...
La vida tenía un cuerpo, la esperanza tendía sus velas
promisoria de miradas confiadas para el alba.
De la noche surgía una cascada se sueños.
Los rayos de tus brazos entreabrían la niebla.
El primer rocío humedecía tu boca
el deslumbrado reposo remplazaba el cansancio.
Yo amaba el amor como en mis primeros días.
Los campos están labrados las fábricas resplandecen
y el trigo hace su nido en una enorme marea,
las mieses, la vendimia, tienen muchos testigos,
nada es singular ni simple,
el mar está en los ojos del cielo o de la noche,
el bosque da a los árboles seguridad
y los muros de las casas tienen una piel común,
los caminos siempre se encuentran.
Los hombres están hechos para entenderse
para comprenderse, para amarse,
tienen hijos que serán padres de los hombres,
tienen hijos sin fuego ni lugar
que inventarán de nuevo a los hombres,
y la naturaleza y su patria
la de todos los hombres
la de todos los tiempos.
Un solo pensamiento
Sobre mis cuadernos de escuela,
sobre el pupitre, sobre el roble,
sobre la nieve y en la arena
escribo tu nombre.
Sobre las páginas leídas,
sobre las páginas incólumes
-piedra, sangre, papel, ceniza-
escribo tu nombre.
En las imágenes doradas,
sobre los signos de la Corte,
sobre tizonas y corazas
escribo tu nombre.
Sobre el desierto y en la jungla,
sobre la infancia de las voces,
sobre la rama y en la gruta
escribo tu nombre.
Sobre el pan blanco de los días,
sobre el prodigio de la noche,
sobre la flor y las vendimias
escribo tu nombre.
Sobre los cielos que azulan
en los estanques -muertos soles-;
sobre los lagos -vivas lunas-
escribo tu nombre.
Sobre las colinas remotas,
en las alas de los gorriones,
sobre el molino de las sombras;
escribo tu nombre.
Sobre los hálitos del alba,
sobre la mar y sus galeones,
sobre la demente montaña,
escribo tu nombre.
Sobre el vellón de los espacios
y el estertor de los ciclones,
sobre el limo de los chubascos,
escribo tu nombre.
Sobre las formas titilantes,
sobre la pátina del bronce,
sobre las físicas verdades,
escribo tu nombre.
Sobre las rutas desveladas
y las sendas sin horizonte,
sobre las mareas humanas,
escribo tu nombre.
Sobre la llama que fulgura,
Sobre la llama que se esconde,
sobre los techos que se juntan,
escribo tu nombre.
Sobre la fruta en dos partida
del espejo que me recoge;
en mi lecho -concha vacía-
escribo tu nombre.
Sobre mi can goloso y tierno
y en la oreja que atenta pone,
sobre su salto poco diestro,
escribo tu nombre.
Sobre la grada de mi puerta,
sobre la loza y los arcones,
sobre las ascuas de la leña,
escribo tu nombre.
Sobre la carne que se entrega,
en la faz del amigo noble,
sobre la mano que se estrecha,
escribo tu nombre.
Sobre el vitral de los secretos,
sobre las bocas ya sin voces,
sobre los más hondos silencios,
escribo tu nombre.
Sobre el albergue derruido,
sobre el escombro de mi torre,
sobre los muros de mi hastío
escribo tu nombre.
Sobre la ausencia sin deseos,
sobre mi soledad insomne,
sobre los lúgubres aleros,
escribo tu nombre.
Sobre la calma que retorna,
sobre los extintos pavores,
sobre el anhelo sin memoria,
escribo tu nombre.
Y en el poder de tu palabra
mi vida vuelve a comenzar:
he renacido a tu llamada
para invocarte:
LIBERTAD!!
Segunda naturaleza:
El sereno mayal sometido al llanto
Se arremolina sobre las heladas nucas
Lo mismo hacen las fugitivas flores
Con el vaho de besos
En este surtidor que las fiebres
Coronan con el fuego de las lágrimas
y la agonía del más alto deseo
Anudad a las risas con los dolores
Anudad a los pícaros con los vivos
Suplicios miserables
Y a la caída con el vértigo.
El sol con cuidado sobre la faz crispada del mar
Todo lo obstruye y completamente azul
Sobre un hombre en el alba sobre el agua que oculta
A las nubes de astros maduros su sentido y su duración
Elevan sus párpados extenuados de vivir.
Inmortales miserias para profanar el hastío
Colocan el descanso sobre una roca de fatigas
El cuerpo se vuelve hueco el horizonte se cierra
Hacia qué luces conducirlas con la mirada alta
La frente obstinada salta sobre el agua como una piedra
Sobre un camino perturbado por fuentes de dolor
Que unas ondas eternamente renovadas purifican.
El espejo de un momento
Se disipa el día,
Muestra a los hombres las imágenes desligadas de la apariencia,
Quita a los hombres la posibilidad de distraerse,
Es duro como la piedra,
La piedra informe,
La piedra del movimiento y de la vista,
Y tiene tal resplandor que todas las armaduras y todas las máscaras
quedan falseadas.
Lo que la mano ha tomado ni siquiera se digna tomar la forma
de la mano,
Lo que ha sido comprendido ya no existe,
El pájaro se ha confundido con el viento,
El cielo con su verdad,
El hombre con su realidad.
El ave Fénix
Soy el último en tu camino
la última primavera y última nieve
la última lucha para no morir.
Y henos aquí más abajo y más arriba que nunca.
De todo hay en nuestra hoguera
piñas de pino y sarmientos
y flores más fuertes que el agua...
Hay barro y rocío...
La llama bajo nuestro pie la llama nos corona.
A nuestros pies insectos pájaros hombres
van a escaparse
Los que vuelan van a posarse.
Claro está el cielo, la tierra en sombra
pero el humo sube al cielo
el cielo ha perdido su fuego.
La llama quedó en la tierra.
La llama es el nimbo del corazón
y todas las ramas de la sangre
Canta nuestro mismo aire..
Disipa la niebla de nuestro invierno
hórrida y nocturna se encendió la pena,
floreció la ceniza en gozo y hermosura
volvemos la espalda al ocaso.
Max Ernst
En un rincón el incesto ágil
Gira en torno a la virginidad del vestido corto
En un rincón el cielo liberado
Entrega esferas blancas a las espumas de la tormenta
En un rincón más claro que la totalidad de los ojos
Esperan a los peces de la angustia
En un rincón el carruaje de verdor del verano
Gloriosamente inmóvil para siempre
Ante el brillo de la juventud
De las lámparas encendidas con retardo
La primera muestra senos que matan a los insectos rojos.
Hay otros mundos pero están en éste. Hay otras vidas, pero están en ti.
La muerte, el amor, la vida...
Creí que me rompería lo inmenso lo profundo.
Con mi pena desnuda, sin contacto, sin eco,
me tendí en mi prisión de puertas vírgenes
como un muerto sensato que había sabido morir.
Un muerto coronado sólo de su nada...
Me tendí sobre las olas absurdas del verano
absorbido por amor a la ceniza.
La soledad me pareció más viva que la sangre.
Quería desunir la vida,
quería compartir la muerte con la muerte,
entregar mi corazón vacío a la vida
borrarlo todo, que no hubiera ni vidrio ni vaho...
Nada delante, nada detrás, nada entero.
Había eliminado el hielo de las manos juntas,
había eliminado la osamenta invernal
del voto de vivir que se anula.
Tú viniste y se reanimó el fuego,
cedió la sombra el frío,
aquí abajo se llenó de estrellas
y se cubrió la tierra.
De tu carne clara me sentí ligero...
Viniste, la soledad fue vencida,
tuve una guía sobre la tierra y supe
dirigirme, me sabía sin medida,
adelantaba ganaba tierra y espacio.
Iba sin fin hacia la luz...
La vida tenía un cuerpo, la esperanza tendía sus velas
promisoria de miradas confiadas para el alba.
De la noche surgía una cascada se sueños.
Los rayos de tus brazos entreabrían la niebla.
El primer rocío humedecía tu boca
el deslumbrado reposo remplazaba el cansancio.
Yo amaba el amor como en mis primeros días.
Los campos están labrados las fábricas resplandecen
y el trigo hace su nido en una enorme marea,
las mieses, la vendimia, tienen muchos testigos,
nada es singular ni simple,
el mar está en los ojos del cielo o de la noche,
el bosque da a los árboles seguridad
y los muros de las casas tienen una piel común,
los caminos siempre se encuentran.
Los hombres están hechos para entenderse
para comprenderse, para amarse,
tienen hijos que serán padres de los hombres,
tienen hijos sin fuego ni lugar
que inventarán de nuevo a los hombres,
y la naturaleza y su patria
la de todos los hombres
la de todos los tiempos.
Un solo pensamiento
Sobre mis cuadernos de escuela,
sobre el pupitre, sobre el roble,
sobre la nieve y en la arena
escribo tu nombre.
Sobre las páginas leídas,
sobre las páginas incólumes
-piedra, sangre, papel, ceniza-
escribo tu nombre.
En las imágenes doradas,
sobre los signos de la Corte,
sobre tizonas y corazas
escribo tu nombre.
Sobre el desierto y en la jungla,
sobre la infancia de las voces,
sobre la rama y en la gruta
escribo tu nombre.
Sobre el pan blanco de los días,
sobre el prodigio de la noche,
sobre la flor y las vendimias
escribo tu nombre.
Sobre los cielos que azulan
en los estanques -muertos soles-;
sobre los lagos -vivas lunas-
escribo tu nombre.
Sobre las colinas remotas,
en las alas de los gorriones,
sobre el molino de las sombras;
escribo tu nombre.
Sobre los hálitos del alba,
sobre la mar y sus galeones,
sobre la demente montaña,
escribo tu nombre.
Sobre el vellón de los espacios
y el estertor de los ciclones,
sobre el limo de los chubascos,
escribo tu nombre.
Sobre las formas titilantes,
sobre la pátina del bronce,
sobre las físicas verdades,
escribo tu nombre.
Sobre las rutas desveladas
y las sendas sin horizonte,
sobre las mareas humanas,
escribo tu nombre.
Sobre la llama que fulgura,
Sobre la llama que se esconde,
sobre los techos que se juntan,
escribo tu nombre.
Sobre la fruta en dos partida
del espejo que me recoge;
en mi lecho -concha vacía-
escribo tu nombre.
Sobre mi can goloso y tierno
y en la oreja que atenta pone,
sobre su salto poco diestro,
escribo tu nombre.
Sobre la grada de mi puerta,
sobre la loza y los arcones,
sobre las ascuas de la leña,
escribo tu nombre.
Sobre la carne que se entrega,
en la faz del amigo noble,
sobre la mano que se estrecha,
escribo tu nombre.
Sobre el vitral de los secretos,
sobre las bocas ya sin voces,
sobre los más hondos silencios,
escribo tu nombre.
Sobre el albergue derruido,
sobre el escombro de mi torre,
sobre los muros de mi hastío
escribo tu nombre.
Sobre la ausencia sin deseos,
sobre mi soledad insomne,
sobre los lúgubres aleros,
escribo tu nombre.
Sobre la calma que retorna,
sobre los extintos pavores,
sobre el anhelo sin memoria,
escribo tu nombre.
Y en el poder de tu palabra
mi vida vuelve a comenzar:
he renacido a tu llamada
para invocarte:
LIBERTAD!!
Segunda naturaleza:
El sereno mayal sometido al llanto
Se arremolina sobre las heladas nucas
Lo mismo hacen las fugitivas flores
Con el vaho de besos
En este surtidor que las fiebres
Coronan con el fuego de las lágrimas
y la agonía del más alto deseo
Anudad a las risas con los dolores
Anudad a los pícaros con los vivos
Suplicios miserables
Y a la caída con el vértigo.
El sol con cuidado sobre la faz crispada del mar
Todo lo obstruye y completamente azul
Sobre un hombre en el alba sobre el agua que oculta
A las nubes de astros maduros su sentido y su duración
Elevan sus párpados extenuados de vivir.
Inmortales miserias para profanar el hastío
Colocan el descanso sobre una roca de fatigas
El cuerpo se vuelve hueco el horizonte se cierra
Hacia qué luces conducirlas con la mirada alta
La frente obstinada salta sobre el agua como una piedra
Sobre un camino perturbado por fuentes de dolor
Que unas ondas eternamente renovadas purifican.
El espejo de un momento
Se disipa el día,
Muestra a los hombres las imágenes desligadas de la apariencia,
Quita a los hombres la posibilidad de distraerse,
Es duro como la piedra,
La piedra informe,
La piedra del movimiento y de la vista,
Y tiene tal resplandor que todas las armaduras y todas las máscaras
quedan falseadas.
Lo que la mano ha tomado ni siquiera se digna tomar la forma
de la mano,
Lo que ha sido comprendido ya no existe,
El pájaro se ha confundido con el viento,
El cielo con su verdad,
El hombre con su realidad.
El ave Fénix
Soy el último en tu camino
la última primavera y última nieve
la última lucha para no morir.
Y henos aquí más abajo y más arriba que nunca.
De todo hay en nuestra hoguera
piñas de pino y sarmientos
y flores más fuertes que el agua...
Hay barro y rocío...
La llama bajo nuestro pie la llama nos corona.
A nuestros pies insectos pájaros hombres
van a escaparse
Los que vuelan van a posarse.
Claro está el cielo, la tierra en sombra
pero el humo sube al cielo
el cielo ha perdido su fuego.
La llama quedó en la tierra.
La llama es el nimbo del corazón
y todas las ramas de la sangre
Canta nuestro mismo aire..
Disipa la niebla de nuestro invierno
hórrida y nocturna se encendió la pena,
floreció la ceniza en gozo y hermosura
volvemos la espalda al ocaso.
Max Ernst
En un rincón el incesto ágil
Gira en torno a la virginidad del vestido corto
En un rincón el cielo liberado
Entrega esferas blancas a las espumas de la tormenta
En un rincón más claro que la totalidad de los ojos
Esperan a los peces de la angustia
En un rincón el carruaje de verdor del verano
Gloriosamente inmóvil para siempre
Ante el brillo de la juventud
De las lámparas encendidas con retardo
La primera muestra senos que matan a los insectos rojos.
Premio Diogenes de Poesía, México 2024. Título: "En medio del tiempo de la espera" Autor: Alexis Rosendo Fernández.
En medio del tiempo de la espera Para Suren, ...