sábado, 18 de mayo de 2024

Premio Diogenes de Poesía, México 2024. Título: "En medio del tiempo de la espera" Autor: Alexis Rosendo Fernández.

 




En medio del tiempo de la espera                                                                                        

 Para Suren, hijo mío…

 

Húmedas almas caídas solo por amor.

Por demás lavadas en cantos de rocío…

Humos vueltos, devenir como presa de las sombras.

Abrid vuestros ojos lánguidos

y buscad la luz en medio de la noche.

 

Por ti, y solo por ti escribo estos versos.

Amad y cabalgad entre las nubes. 

Penetrad la luz donde quiera se encuentre;

porque la luz –como el viento, es libre.

Y de esa forma muestra su colosal vestidura.

No vivas en vano, mira cada día a la distancia

y que tus pies aniden en la arena, junto al pensamiento

de otros mundos…

No mueras en vano –esto es, sin odiar, sin mentarle la madre

a los tiranos, sin quedarte en silencio ante el abuso

y la injusticia... O sin agregar al menos, un par de versos

a este gran poema de la vida…

Por eso te digo:

Si has hecho bien, entra triunfante a la muerte,

como hálito de una segunda luz.

Porque no será la oscuridad y el olvido –que cierne

a los malvados, quienes aguarden tus pasos.

Allí donde el vacío penetra como puñal

dentro de una traición eterna.

Y mira –con compasión y rabia,

el transcurso infinito de cada una de vuestras horas.

Aquí, donde casi todo es pretensión.

Payasos de infortunio, copas vacías…

Porque la Libertad y la Luz

es nuestra verdadera heredad y destino

en medio de todo el tiempo de la espera.

 

Perdona al necio que un día fuiste.

Pero por ello que la vanidad nunca penetre en tu corazón:

Se la lágrima que en silencio serpentea,

y a un tiempo, la espada que en las silentes noches

es afilada por los nobles héroes.

 

Aparta para siempre la mentira y la sinrazón.

Y que vuestros actos sean tan frescos,

cual risa de manantial que desborda la montaña.

Más busca la fuerza, pega al viento, patea.

Maldice si es necesario.

Únete a la luz, al fuego de la Verdad.

Y reconoce que la Verdad

yace escondida en el corazón de cada hombre.

¡Y vive!

Vive tomando en tus manos, no solo tu salvación;

sino el necesario socorro a tus menos afortunados hermanos.

Aprende a no esperar nada a cambio.

Dejando atrás todo miedo

aun el temor de tu propia caída.

Por ti, por mí.

Quema todo atavismo, toda promesa, toda recompensa;

que como piedra atada a tu cuello,

te impide levantar vuelo hacia lo Eterno.

Esa debe ser nuestra única fuente poder:

Veraz, apacible, pulida.

Como el tiempo que pasa y no se detiene;

en medio de todo el tiempo de la espera.








viernes, 15 de septiembre de 2023

"Vecinos con beneficios" por Anna Sotelo


Soy de los que creo en la poesía más allá del verso o la prosa. He leído más de una vez, este delicioso relato de la escritora cubana contemporánea, radicada en Miami –Anna Sotelo–; porque lo disfruto mucho. Contiene en vilo al lector hasta el final tierno en que desemboca a través de una finura insertada en la cotidianeidad, algo difícil de lograr, pero que se agradece profundamente.

La prosa o relato poético es su definido acierto y gusto personal –como me dejó saber hace ya algunos años en una de nuestras largas parrafadas telefónicas. Yo también así lo creo y me da gusto. Y como dice el dicho español: “Para muestra un botón”, espero que algún día se anime usted querida amiga, a publicar y compartir estas pequeñas joyas, con todos los que la admiramos.

 (Alexis Rosendo)





Vecinos con beneficios

(Anna Sotelo)


 


 

 



Me pasa como a todas.

Lo miro y encuentro esos detalles que he aprendido a conjugar en la simetría de sus rasgos. No falta quien me diga, que tiene su atractivo; pero si lo agradezco, es porque pienso que el halago, va dirigido a contentarme. Nadie como yo, reconoce su verdadero encanto, después de una contemplación realista, acumulativa y despiadada.

De la pata que cojea, ¿quién lo sabe mejor? pero le sirvo su plato, con el mismo amor que antes de comenzar a predecirnos. Todavía me gusta verlo moverse cuando no sabe que lo observo, sin que la costumbre corrompa la veleidad de ese placer sibilino. Yo sé que me corresponde. Lo sé cuando me aturde con esa persecución canina, en momentos en que sabe, que nada le voy a ofrecer; pero la pasión no me ciega.

Somos seres muy propios que sabemos que la entrega puede ser máxima, pero no absoluta, y si me he preparado para enfrentar un desliz, no ha sido por desconfianza; pretendo conservar el control de mí misma y seguir a tono con mis estándares, cuando algún día, me toque enfrentarlo.

Abrí la puerta y él se detuvo en el umbral.

-Mira dónde estaba, mamá, se escabulló en el portal, para quedar oculto entre el carro y los maceteros.

– ¿Cómo te llamas?

–Ryan y mi mamá, Gisela–. No hizo contacto visual.

–Mucho gusto, Anna. ¿Tú eres el niño de la bicicleta azul, verdad?

–Yo también me llamo Anna, ¿sabe? es mi primer nombre, pero es que nosotros le damos comida… porque el niño se ha encariñado, ¿usted entiende? Es que se nos había perdido y no sabíamos... La señora de allá al lado también lo alimenta, ¿si lo sabe...?  Ella fue quien le dijo a Ryan que es bueno...

Sus palabras se atropellaban y yo asentía en otro compás, desfasándolo, para darme tiempo a pensar. Ryan revelaba a gritos otra identidad y le corría con ansiedad, sin resultados, con la tenacidad incansable, que se tiene a los ocho años.

– ¿Cómo se llama? Se detuvo como solicitando o devolviendo, como comprando una anuencia abonada en respetos.

– No, no… tomé aire. –Aquí se llama Neighborg. ¿Cómo se llama para tí?

– Bueno, en mi casa se llama Wisker, que quiere decir bigotes, pero si usted…

–Pero yo nada, ya sé cómo se llama en tu casa. Y aproveché para pasar mi mano, por sobre las, muy recortadas, puntas de su pelo.

–Me gusta que lo quieras. Fíjate que cuando salga de viaje, les llevo comida para que no le falte. Ya sé que está bien cuando no está conmigo. Somos más a quererlo.

Gisela, temblaba de decencia, parecía excusarse. Me contó la travesía de Neihgbor a Wisker, hacia el mundo de Ryan, desde una tarde que comenzó a esperarlo a la salida amarilla del bus.

Para aliviarle vergüenza le conté sus hazañas, cómo se habla de un familiar en común. Mencioné solo las victorias y aquel episodio dignísimo, de rechazar los manjares de quienes, antes, lo abandonaron a mi suerte.

En un ardid, para preservar su albedrío y nuestros encuentros, les insinué que adora las noches de luna y retozar con una hembra de pelo jaspeado entre negro y rubio, con quien pasa, casi todas las madrugadas... ¿Quién querría oponerse?

Brindé mi amistad y di las gracias.

Cuando abrí la puerta del carro, salió de su escondite. Ryan aún lo perseguía para agarrarlo. Aunque siguió de largo, le prestó el lomo para una caricia al pasar; mientras, iba trazando una directriz hacía los arcos de mis empeines, allí apoyó la cabeza, definiéndose, como un hombre que pide perdón, y regreso. 






miércoles, 10 de agosto de 2022

Para Radha, mi hija. De "Flores silvestres".

 



Paisaje corriente

 

(Para Radha, mi hija)

 

 

Danza la brizna.

¡Ah!

Entre copos vacíos;

cerca del arbolito...

¡Mira! 

Qué bonito compás.

Qué amena nube

como ceniza

de calvario en que se pierden las horas...

 

Por la virtual cosecha

donde  mi voz se apaga

entre las leves letras de oh,

pálido poema.

Cosecha de destinos, de señales.

Enfrascado marsupial

entre la sombra

de la piedra dormida.

 

Odio

de mariposas en el junco

bifurcado...

 

¡Mira!

Qué bonito,

allá en la distancia,

donde se desangra el cielo...

 

Con esa mueca ciega,

como alivio

en vilo.





domingo, 9 de enero de 2022

Enrique Lihn, poemas...

 


Enríque Lihn (Enrique Lihn Carrasco) (Santiago, Chile 1929-1988) dibujante, ensayista, escritor y poeta chileno. En 1952 crea la revista literaria Quebrantahuesos,  junto a Nicanor Parra, Alejandro Jodorowsky, y otros destacados miembros de la intelectualidad literaria chilena de la época. 



Porque escribí

 

Ahora que quizás, en un año de calma,
piense: la poesía me sirvió para esto:
no pude ser feliz, ello me fue negado,
pero escribí.

Escribí: fui la víctima
de la mendicidad y el orgullo mezclados
y ajusticié también a unos pocos lectores;
tendí la mano en puertas que nunca, nunca he visto;
una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies.

Pero escribí: tuve esta rara certeza,
la ilusión de tener el mundo entre las manos
—¡qué ilusión más perfecta! como un cristo barroco
con toda su crueldad innecesaria—
Escribí, mi escritura fue como la maleza
de flores ácimas pero flores en fin,
el pan de cada día de las tierras eriazas:
una caparazón de espinas y raíces

De la vida tomé todas estas palabras
como un niño oropel, guijarros junto al río:
las cosas de una magia, perfectamente inútiles
pero que siempre vuelven a renovar su encanto.

La especie de locura con que vuela un anciano
detrás de las palomas imitándolas
me fue dada en lugar de servir para algo.
Me condené escribiendo a que todos dudarán
de mi existencia real,
(días de mi escritura, solar del extranjero).
Todos los que sirvieron y los que fueron servidos
digo que pasarán porque escribí
y hacerlo significa trabajar con la muerte
codo a codo, robarle unos cuantos secretos.
En su origen el río es una veta de agua
—allí, por un momento, siquiera, en esa altura—
luego, al final, un mar que nadie ve
de los que están braceándose la vida.
Porque escribí fui un odio vergonzante,
pero el mar forma parte de mi escritura misma:
línea de la rompiente en que un verso se espuma,
yo puedo reiterar la poesía.

Estuve enfermo, sin lugar a dudas
y no sólo de insomnio,
también de ideas fijas que me hicieron leer
con obscena atención a unos cuantos psicólogos,
pero escribí y el crimen fue menor,
lo pagué verso a verso hasta escribirlo,
porque de la palabra que se ajusta al abismo
surge un poco de oscura inteligencia
y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados.

Porque escribí no estuve en casa del verdugo
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como escribiente
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucié las manos
ni fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo.

Pero escribí y me muero por mi cuenta,
porque escribí porque escribí estoy vivo.

 

 

Monologo de un Padre con su Hijo de meses.

 

Nada se pierde con vivir, ensaya:
aquí tienes un cuerpo a tu medida
Lo hemos hecho en sombra por amor a las artes de la carne
pero también en serio
pensando en tu visita como en un nuevo juego gozoso y doloroso;
por amor a la vida, por temor a la muerte y a la vida,
por amor a la muerte
para ti o para nadie.

Eres tu cuerpo, tómalo, haznos ver que te gusta como a nosotros este doble regalo que
te hemos hecho y que nos hemos hecho.
Cierto, tan sólo un poco del vergonzante barro original,
la angustia y el placer en un grito de impotencia.
Ni de lejos un pájaro que se abre en la belleza del huevo,
a plena luz, ligero y jubiloso, sólo un hombre:
la fiera vieja del nacimiento, vencida por las moscas, babeante y rebosante.

Pero vive y verás el monstruo que eres con benevolencia
abrir un ojo y otro así de grandes,
encasquetarse el cielo, mirarlo todo como por adentro,
preguntarle a las cosas por sus nombres
reír con lo que ríe,
llorar con lo que llora,
tiranizar a gatos y conejos.

Nada se pierde con vivir, tenemos todo el tiempo del tiempo por delante
para ser el vacío que somos en el fondo.
Y la niñez, escucha:
no hay loco más feliz que un niño cuerdo
ni acierta el sabio como un niño loco.
Todo lo que vivimos lo vivimos ya a los diez años más intensamente;
los deseos entonces se dormían los unos en los otros.
Venía el sueño a cada instante,
el sueño que restablece en todo el perfecto desorden
a rescatarte de tu cuerpo y tu alma;
allí en ese castillo movedizo eras el rey, la reina, tus secuaces, el bufón que se ríe de sí mismo,
los pájaros, las fieras melodiosos.

Para hacer el amor allí estaba tu madre
y el amor era el beso de otro mundo en la frente,
con que se reanima a los enfermos,
una lectura a media voz,
la nostalgia de nadie y nada que nos da la música.

Pero pasan los años por los años y he aquí que eres ya un adolescente.
Bajas del monte como Zaratustra a luchar por el hombre contra el hombre:
grave misión que nadie te encomienda;
en tu familia inspiras desconfianza,
hablas de Dios en un tono sarcástico, llegas a casa al otro día, muerto.
Se dice que enamoras a una vieja, te han visto dando saltos en el aire,
prolongas tus estudios con estudios de los que se resiente tu cabeza.
No hay alegría que te alegre tanto como caer de golpe en la tristeza
ni dolor que te duela tan a fondo como el placer de vivir sin objeto.
Grave edad, hay algunos que se matan porque no pueden soportar la muerte,
quienes se entregan a una causa injusta en su sed sanguinaria de justicia.
Los que más bajo caen son los grandes,
a los pequeños les perdemos el rumbo.
En el amor se traicionan todos,
el amor es el padre de sus vicios.
Si una mujer se enternece contigo le exigirás te siga hasta la tumba,
que abandone en el acto a sus parientes,
que instale en otra parte su negocio.

Pero llega el momento fatalmente en que tu juventud te da la espalda
y por primera vez su rostro inolvidable en tanto huye de ti que la persigues a salto de ojo,
inmóvil, en una silla negra.
Ha llegado el momento de hacer algo parece que te dice todo el mundo
y tu dices que sí, con la cabeza.
En plena decadencia metafísica caminas ahora con una libretita de direcciones en la mano,
impecablemente vestido,
con la modestia de un hombre joven que se abre paso en la vida,
dispuesto a todo.
El esquema que te hiciste de las cosas hace aire y se hunde en el cielo dejándolas a todas en su sitio.
De un tiempo a esta parte te mueves entre ellas como un pez en el agua.
Vives de lo que ganas, ganas lo que mereces, mereces lo que vives:
eres, por fin, un hombre entre los hombres.

Y así llegas a viejo como quien vuelve a su país de origen después de un viaje interminable corto de revivir, largo de relatar,
te espera en ti la muerte, tu esqueleto con los brazos abiertos,
pero tu la rechazas por un instante,
quieres mirarte larga y sucesivamente en el espejo que se pone opaco.
Apoyado en lejanos transeúntes vas y vienes de negro,
al trote, conversando contigo mismo a gritos, como un pájaro.
No hay tiempo que perder, eres el último de tu generación en apagar el sol y convertirte en polvo.

No hay tiempo que perder en este mundo embellecido por su fin tan próximo.
Se te ve en todas partes dando vueltas en torno a cualquier cosa como en éxtasis.
De tus salidas a la calle vuelves con los bolsillos llenos de tesoros absurdos: guijarros, florecillas.
Hasta que un día ya no puedes luchar a muerte con la muerte y te entregas a ella, a un sueño sin salida, más blanco cada vez, sonriendo, sollozando como un niño de pecho.

Nada se pierde con vivir, ensaya: aquí tienes un cuerpo a tu medida,
lo hemos hecho en la sombra por amor a las artes de la carne pero también en serio,
pensando en tu visita
para ti o para nadie.

 

 

La musiquilla de las pobres esferas

 

 

Puede que sea cosa de ir tocando
la musiquilla de las pobres esferas.
Me cae mal esa Alquimia del Verbo,
poesía, volvamos a la tierra.
Aquí en París se vive de silencio
lo que tú dices claro es cosa muerta.
Bien si hablas por hablar, “a lo divino”,
mal si no pasas todas las fronteras.

Digan, al fin y al cabo, lo que quieran:
en la profundidad de la ignorancia
suena una musiquilla verdadera;
sus auditores fueron en Babel
los que escaparon a la confusión de las lenguas,
gente anodina de los pisos bajos
con un poco de todo en la cabeza;
y el poeta más loco que sagrado
pero con una locura con su cuerda
capaz de darle cuerda a la alegría,
capaz de darle cuerda a la tristeza.

No se dirige a nadie el corazón
pero la que habla sola es la cabeza;
no se habla de la vida desde un púlpito
ni se hace poesía en bibliotecas.

Después de todo, ¿para qué leernos?
La musiquilla de las pobres esferas
suena por donde sopla el viento amargo
que nos devuelve, poco a poco, a la tierra,
el mismo que nos puso un día en pie
pero bien al alcance de la huesa.
Y en ningún caso en lo alto del coro,
Bizancio fue: no hay vuelta.

Puede que sea cosa de ir pensando
en escuchar la musiquilla eterna.


Lihn, Parra y Oscar Hahn


(...) La primera vez que vi a Enrique Lihn fue el año 1959, en la casa que tenía Nicanor Parra en la Reina, en la parte alta de Santiago. Tres o cuatro estudiantes de la Universidad de Chile llegamos hasta ahí, invitados por el antipoeta. Lo que mejor recuerdo de esa reunión es la actitud inquietantemente ambigua de Enrique, que a ratos parecía hosco y malhumorado y a ratos celebraba a carcajadas las ocurrencias de Nicanor. Al anochecer regresamos juntos en un autobús, sentados todos en el largo asiento trasero. Traté de entablar un diálogo con él, pero había adoptado una actitud de indiferencia total hacia nosotros y respondía con monosílabos o con gruñidos. Era una situación tan incómoda, que cuando Enrique se bajó de la micro todos respiramos aliviados. “Qué tipo más pesado”, dijo uno de mis compañeros. Ésa era la imagen que mucha gente tenía de él. Con el tiempo descubriría que detrás de esa expresión suya de estar siempre oliendo algo desagradable se escondían una gran ternura y una enorme generosidad.

Unos diez años después yo estaba en Arica, en el casino de la universidad, conversando con unos colegas. Alguien se acercó y me dijo: “Te llaman por teléfono. Es un señor Lynch”. Pero no era “un señor Lynch”, sino el mismísimo Enrique Lihn. Había llegado de Santiago con el fin de cruzar la frontera con Perú, para tomar un vuelo a Arequipa, donde debía asistir a un Encuentro de Escritores. Yo mismo lo llevé en mi jeep. Para sorpresa de todos, en el aeropuerto de Tacna nos topamos con Mario Vargas Llosa y Jorge Edwards que venían llegando de Arequipa y acababan de desembarcar del mismo avión que iba a abordar Enrique.

Durante los días que pasó en Arica descubrí una dimensión suya completamente insospechada para mí: su gran afecto por los niños. “¿Qué será de los niños que fuimos?”, pregunta en uno de sus poemas. A veces pienso que Enrique buscaba al niño perdido que él mismo fue alguna vez. Mucho tiempo después, y ya con cincuenta y ocho años a cuestas, Enrique Lihn el bohemio, el poeta maldito, me preguntaría a boca de jarro: “¿Sabes cuál es mi sueño dorado?” “No. No sé”. “Tener una familia. Casarme y tener un par de niños chicos”.(...)                                                                             

( www.revistaaltazor.cl/enrique-lihn-3/ )




                                                                                                                                                                               



sábado, 18 de septiembre de 2021

Textos breves: Alexis Rosendo Fernández

ALEXIS ROSENDO FERNANDEZ 
La Habana, Cuba. (1969). Poeta. Graduado de Laboratorios Químicos (1987). Tiene textos publicados en revistas literarias, como “Puente de Letras”, Miami Florida y “Cantaletras”, Durango México. Libros publicados “Verbum”, “Flores silvestres” y “En el corazón de una frambuesa” Reside en Miami, Florida desde 1996. 




Pero no era nadie

 

 Oí  un sonar de aguas

en la oscuridad de la tierra.

Como rallaban sueños

y

corrían gustosas

sobre el hierro y las piedras…

 

En la oscuridad,

oí  un gastarse lento y abundoso.

Pero no era nadie 

lavándose las manos.

 

 

 Veré la luz

 

 

                                               Resignadamente  bajo  el  cielo
                                                            yacen  las aguas  melancólicas.
                                                                      E. A. Poe.

 

Veré la luz y la niebla.

Siempre me abrazarán

sonidos nuevos,

inesperados.

 

Aquí  la luz

es ténue,

esforzada;

a veces

            las luciérnagas bailan.

 

Y  juegan  a ser

                    estrellas.

 

 

 En solitario

 

 No hay riesgos

En la hora develada

Ni en la ortiga

Espigada,

Si

En la piedra fría…

Donde

Acoso tu recuerdo.

Cuerpo a cuerpo.

 

 

Parecen

 

Parecen volver e irse

               como en un juego.

       Andar

dentro y fuera de Universo.

 

Parecen góndolas  mágicas,

                   estrellas viajeras.

 

Parecen volver e irse,

                vomitando fuego,

 creando el rito

                  de las imagenes.

 

Palpo a tientas,

                          ciego en la terrible

oscuridad de las voces.

                        Que vienen

                                            y van.

 

Parecen viajeras incansables…

sábado, 27 de febrero de 2021

El subconsciente en la piel: Los dibujos de un poeta.

Rodrigo de la Luz. Las Villas, Cuba.1969. Poeta, pintor; entre otros tiene publicados los siguientes libros: "Mío mundo", "La luz que se prolonga", "Poesía Viva" y "Cien Hombres, una Mujer y otros delincuentos". Actualmente reside en Miami Florida.
En mis dibujos hay una confrontación eterna, por cuanto a veces fueron hechos en una sala de lujo, otras veces sobre un terreno pantanoso. Mis manos delicadamente rotas, mis dedos de onicofago, resueltos al encuentro con la hoja, cada vez con más fuerzas trazan lo que parece, no una línea, sino una cuerda interminable (tal vez una cuerda de circo). En ocasiones el dibujo aparece saturado de imprecisiones, de relámpagos ambiguos, en otras, lo creo en mi mente y cuando parece nítido, decidido al encuentro, entonces se oculta, aunque luego reaparezca en mi mesa de trabajo transformándose a cada instante. Me gusta reflejar en ellos, historias inconclusas, la angustia de los pájaros, el placer de lo efímero; porque tal vez en ese placer, en esa angustia, en esa historia inconclusa, está mi propio mundo. Luego hay días que se alejan en jirones, cuando la mano descansa, agónica de jaulas. Noches hay en las que abarcan todo el tiempo, y en la mañana son lanzados al latón, por miedo a lo que dicen, o porque no dicen nada. Los dibujos te llevan a latitudes extraordinarias, te obligan a regresar en el tiempo, te reubican en las filas por la marcha de la vida. Son parte de la polea y de la inmovilidad, de la memoria y del futuro inesperado. Son como una ráfaga inocente, que procelosa esclarece las incidencias del tornasol. Son como un gallo de peleas, que es comprado para no pelear. Son -quizá porque no he aprendido a descifrarlos del todo- el misterio que más me preocupa, la incógnita que abunda secretamente en mi imaginación.

Premio Diogenes de Poesía, México 2024. Título: "En medio del tiempo de la espera" Autor: Alexis Rosendo Fernández.

  En medio del tiempo de la espera                                                                                            Para Suren, ...